Abro los
ojos. Veo su espalda desnuda y perfecta y me aferro a ella. Hundo mi cara en su
maraña de cabello que emula a la noche y aspiro su olor. Siento que me invade y
llena.
No me
pregunten cómo, ya que por la posición no veo su cara, pero sé que sonríe
incluso antes de pegarse a mí.
Me
saluda con voz trasnochada y me pregunta como dormí. No le contesto. Solo la
abrazo más fuerte.
¿Una
mañanera goloso? Me pregunta coqueta y solo atino a besarla. No entiendo el
porqué de mi melancolía, pero sentí que la extrañaba. Hace el ademán de
levantarse y casi la retengo. Me dice que va por mi café para que reviva.
Miro a mí
alrededor y miro nuestra habitación. Reconozco todo y nada al mismo tiempo.
Miro por el ventanal y veo nuestro jardín y hacia el fondo el final de la
parcela. Sonrío. La vida es buena.
Me
invade una enorme alegría.
Salto de
la cama y empiezo a recorrer habitaciones despertando al resto de la familia.
Martin me grita que lo deje dormir y Tomas ya está en pie y jugando sus videojuegos…
le pido que salga a tomar aire y lleve a sus hermanos. Le pregunto si desayuno
y si quiere algo. Me ignora y solo inclina su cabeza a un bol medio vacío con
restos de leche y cereal.
Camino
hasta el otro extremo de la casa hacia la cocina donde se que debe estar
haciendo el café.
Es
sábado y sé que se viene la pelea por cocinar, pero ya lo hace de lunes a
viernes y además es algo que a mí me encanta.
Inventare
algo especial para hoy.
Salgo al
antejardín y saludo a los perros. Tomo aire y nota mental que debo regar el
jardín y quizá trabajar en uno de mis cuadros o quizá algún cuento. No pensare
en la agencia y me mantendré alejado del correo electrónico.
El aire
frio me revitaliza y escucho como una de las niñas me grita que no puedo andar
por el jardín solo en pantaloncillos. Que disfruten la vista grito de vuelta.
Escucho risas.
Pienso
en si ir temprano de compras al supermercado cuando miro mi teléfono por si
hubieren llamadas perdidas o algo. Vuelvo a la habitación y la veo sonriente
sentada con una bandeja y dos tazas de café.
Me mira
alegre y me muestra el libro “Travesuras de niña mala” de Vargas Llosa. Me
pregunta si es el que me regalo cuando pololeábamos y le asiento con una
sonrisa de oreja a oreja. De pronto suena un ruido fuerte y busco con la mirada
en la habitación de donde viene. Abro los ojos. Estiro la mano buscando el fono
para apagar la alarma y la meto en el cenicero lleno de colillas.
Me
incorporo lenta y pesadamente. Suspiro cansado y miro la habitación silenciosa.
Miro mi
cama vacía y siento que algo me falta.
Me
levanto lentamente para ir al baño y me tropiezo con el vaso donde me tome unos
tragos anoche para dormir mejor.
Me miro
al espejo y miro mi rostro cansado. Es sábado. No me tocan los niños.
Podría
dormir hasta más tarde pero solo me daré vueltas en la cama pensando en que
hare con mi día. Un cigarrillo y un café son mi desayuno de campeones.
El día
esta gris y decido recostarme a enviar correos y trabajar. No es mucho lo que
hare hoy. De pronto recuerdo que soñaba y algo sobre una bella sonrisa. Se me
aprieta inexplicablemente el pecho, mientras la sonrisa se desvanece y trato de
obligarme a pensar otras cosas.
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