jueves, 8 de diciembre de 2011

Maria Bonita

Hoy pensaba en la Maria Bonita. Pensaba en como jamás le pudo decir “Señora Iris”, al informarle que ese era el nombre de su patrona, ella contestaba en su sonrisa libre de perlas: “Si po, señora Aida” lo que jamás ocasiono risas ni burlas, solo sonrisas por la imbatibilidad de su español histórico y ausente de sintaxis. La Maria Bonita, como la llamaban todos en la casa, era una mujer pequeña, de piel autóctona, cabellos lacios y ojos enjutos de color piedra geológico. De delgadez extrema, era una carcasa endeble que simulaba una fuerza descomunal y una energía de proporciones atómicas.

Eterna enamorada de Marizio, un hombre de campo sabio y feliz, que la esperaba todos los días a la salida de la parcela para hacer el largo viaje caminando a la casa, siempre de la mano, con una ternura tosca y libre de palabras que adornan, pero siempre llena de gestos. Poseedores del desconocimiento absoluto de letras y ciencias, suplían sus neuronas con un instintos y sabiduría de campo, capaces de leer la naturaleza, sus vientos que respiraban y ánimos del día, que los ignorantes llamábamos clima. Sus horarios perfectos los leían en posición al sol y jamás llegaron atrasados a ninguna parte.

Su nombre de Maria Bonita, le quedo de una ranchera antiquísima e irrepetible de Jorge Negrete que un hermano de la dueña de la casa le cantaba de modo coqueto y que le alegraba sus días.

Nadie logra saber, cuando he preguntado por ella, si alguna vez fue joven o si el tiempo solo decidió ignorarla y ambos decidieron no afectarse mutuamente.

La vi el otro día caminando sus 10 kilómetros que recorría para comprar su pan y aun hoy me pregunto si estará aun viva y solo la vi porque era demasiado porfiada para reconocer que se había muerto mucho antes.