viernes, 22 de abril de 2016

No historia

Había una vez un no-cuento. Una no- historia. Sin moralejas o enseñanzas ni futuros felices ni menos imperecederos, donde no existen los “y vivieron felices para siempre”. Los no- cuentos no se escriben, se transcriben desde las situaciones donde se autoconstruyen sin control de autores ni de hados de destino.
Uno los ve pasar simplemente y agradece su paso, pero como todas las historias, son una sucesión de eventos con cierto orden cronológico pero sin finales posibles por lo que el transcribidor puede cortarlos donde quiera ya que siempre quedara inconcluso.
Es rudo estar frente a una no-historia, uno no sabe mucho que hacer, y menos cuando uno no es gran cosa para este tipo de historias (por llamarlos de alguna forma) y justamente es por lo azaroso de esto es que solo apareció parado en la esquina mirando ávidamente su reloj.
Miro su teléfono y sonrió pensativo. Miraba a ratos los autos fijamente y rítmicamente como en un paso pre ensayado miraba su reloj. Pronto se detuvo una enorme camioneta y él se subió de prisa. La mujer que manejaba le sonrió con esas sonrisas que nacen desde el corazón y a él se le iluminaron los ojos como un niño ante los regalos navideños.
                Un poco cauteloso, la beso tímidamente en los labios y deseo que ese segundo durara para siempre supongo. Enfilaron rápidamente hacia los sectores altos de la capital, desee que las no-historias fuesen mágicas, me volviese invisible y me arrastraran con ellos.
                Veo el vehículo perderse a lo lejos y deseo que su historia de amor se siga nutriendo, deseo que se amen con locura y que en sus años de ocaso se rían cómplices de sus locuras ya sin pasión, que hayan logrado el perdón de los perdedores y heridos de su alegría y que gracias al otro, ningún odie estar aquí. Pero como toda no- historia, una trama la hubiese hecho más efectiva, una moraleja hubiese sido un testimonio de sabiduría y el conocer a los personajes crearía a esos amigos que solo existen en las páginas y nos hacen amarlo u odiarlos como a viejos conocidos a los que se vuelven de vez en cuando. Pero claro, es una no-historia, no sabremos nada de lo anterior, solo elucubraremos destinos, hechos y frases memorables. No veremos sus ojos subrayados con las ojeras posteriores a una noche de pasión, no sabremos si se besaron para despedirse o si él la vio partir llevándose parte de su alma.

Es el problema de las no-historias, el problema de la vida que transcurre entre historias y no-historias y de esta que he capturado para que no odies estar aquí. 

Esa Mañana

Despiertas. Miras a tu lado una espalda desnuda que respira plácidamente en lo más profundo de los dominios de Morfeo y te detienes. Miras a tu alrededor mientras tus ojos heridos se tratan de acostumbrar a una insolente luz del día.
Aun tus neuronas no se conectan totalmente cuando estas tratando de recordar donde estas, el sabor agrio en tu boca y el espacio entre tus lóbulos que palpita al ritmo de sístoles y diástoles te indican que la cantidad de alcohol ingerida era suficiente para dejar contento a un país pequeño.
Miras la hora y aun es temprano, buscas a tu alrededor tu ropa y ojala tu teléfono para que el gps te indique donde estas. Curiosamente recién en ese instante te das cuenta que estas desnudo y tu compañía también lo está. Espías disimuladamente, y lo más despacio posible, bajo las sabanas para ver a tu compañía. El sol insolente entra prepotente en la pieza haciendo imposible el dormir.
Ves el cabello largo y perfecto y del mismo color que los pecados derramado sobre las almohadas, admiras esa diminuta espalda que te parece perfecta. Casi sin pensarlo te aferras a ella como un naufrago en busca de no ahogarse. Sientes los rastros de su perfume que estimulan las pocas sinapsis inconexas que quedaban. Ella ronronea, se acomoda calzando perfecto en ti y sigue durmiendo. Lamentablemente no encuentras registro, salvo unas pobres imágenes, de lo acaecido para llegar a esa espalda. Miras la habitación de colores ocre, no muy grande.
Ves recortes de diarios con noticias sin sentido, litografías de copias de cuadros imposibles. Un pequeño equipo de música y la ausencia de televisor te dice lo que la entretiene. Los libros amontonados en diferentes partes te llaman la atención y fantaseas con que sea escritora y esa noche de pasion (hasta ahora sigue no muy seguro de que así haya sido y menos que haya sido exitosa) termine en una novela imperecedera que solo tu reconocerás y sonreirás cada vez que la veas en tu cofre privado de memorias, un atrapa sueños cuelga impávido desde su techo y admiras su artesanía bella, mágica y honesta.
Un hada cuelga desde un rincón y te mira coqueta o quizá impresionada por lo ocurrido hace unas horas y de lo que no tienes mucho registro. Son varios los adornos en la habitación, pero esos son los que te llevas entre tus recuerdos.
Empiezan a pasar los minutos y te das cuenta con terror que no sabes su nombre. Te preocupa que se enoje cuando se de cuenta, miras por todas partes algún recuerdo u objeto que te de pistas de su identidad. El cabello aleonado cubre su cara, lo que te impide saber cómo son sus facciones. Solo recuerdas lo ruidoso del bar, la neblina de nicotina, y como los vasos se iban entre suspiros, la miras y ves lo indefensa que esta, su entrega y confianza hacia ti, un desconocido, la amas en ese momento por el momento perfecto.
Te levantas suavemente, recoges tu ropa y logras salir de la habitación sin ruido.
Un living espacioso y en silencio no revela ni siquiera la presencia de mascotas, terminas vistiéndote rápidamente, y siempre sin hacer ruido.
Vas al baño de visitas y te refrescas lo mejor posible.
Te asomas por última vez a la habitación y ves como ya se ha adueñado de su cama y siempre en una posición que te impide admirar sus facciones.
Sales lo más calladamente posible del departamento, y solo el click del cierre rompe el silencio. Caminas relajado hacia al ascensor preguntándote por esa mujer misteriosa y tu sensación urgente de huir. Miras con nostalgia su puerta pensando en ese momento perfecto que te sentiste a salvo.

                Piensas con pena en los besos que no tendrás por no saber decir: “te necesito”, como dice Sabina. Pero la vida continuara, como dice la canción, como todas las cosas que no tienen mucho sentido. Por amarla gracias a ese momento perfecto, ya no odiaras estar aquí.

Como bolero sufrido

 “El pobre perdió la cabeza por culpa de una mujer” dijo mi madre. Me soltó esto a quemarropa, como quien habla del clima, como si no tuviera conciencia de la gravedad fantástica de sus palabras, esto, cuando le pregunté por ese señor sentado en la mitad de la acera y la mirada fija en la nada, dejando la sensación que su único nexo con este plano era el fuerte olor que expedía junto a los retazos de tonos tristes que lo cubrían y parecían nacer del cemento caliente.
- “Ese pobre Manuel esta así por no ir al colegio (otra de esas bizarras e inútiles lecciones de vida con las que atacan los adultos)  y porque una mujer le hizo perder la cabeza” continuó en el mismo tono.
Aún hoy, siento sorpresa al pensar en la segunda parte de esa frase, tanto por la obviedad de que aún tenía puesta la cabeza, y que las niñas junto a las mujeres, eran sólo seres sin gracia que no sabían jugar a nada, no se les podía pegar y producían extrañas sensaciones que aún hoy no entiendo muy bien. De todos los miembros de esa raza misteriosa, el único representante interesante era mi Mamá, pero que con este tipo de declaraciones me hacían dudar de su sano juicio.
Sin querer alejarme y volviendo a la figura que despertaba mi curiosidad, la leyenda decía que este hombre descabezado escondía un cuchillo descomunal con el que destripaba a quien osara mirarlo de alguna forma que no le agradara, y a veces, incluso por puro placer. De hecho se convirtió en figura recurrente de pesadillas, las que sólo logré exorcizar lanzando de mala manera estas letras sobre el teclado.
En uno de mis recuerdos mentirosos lo veo de gigantes proporciones, largas e impenetrable barba gris, como un reverso sin technicolor del viejo pascuero, carente del aspecto bonachón, y con dos piedras grises por ojos que explotaban cosas con solo proponérselo. No fue hasta la época en que ya se había desvanecido su fantasma que supe su historia.
 Repollo, así lo llamábamos los niños sin saber por qué, pero que parecía un nombre más justo que Manuel, había llegado de niño al pueblo junto a su madre, una mujer pequeña de silencios eternos y tez morena autóctona, coronada con largos cabellos decolorados de tanto pensar. Llegaron con la primavera, pero lejos de la actitud alegre de la estación, una comadre les había contado que estaba buena la pega por estos lados  y que estaba más o menos cerca Santiago, lo que era muy bueno ya que era donde vivían sus hermanas. Así que sin dudarlo, pero sin ningún sentido de aventura, agarró a su cabro chico, dejando a un marido cruel que los golpeaba con mayor o menor intensidad según el clima y que se dio cuenta de que ya no tenía familia, sólo cuando gritó que alguien comprara vino.
Repollo junto a su Madre, hicieron un viaje de varias horas hasta llegar a este sitio de campos eternos y simpleza de vida. Pronto averiguaron que cerca de la cancha de fútbol arrendaban unas piezas, las que a su vez estaban cerca de algunos de los campos donde se podía trabajar. Ignorantes de comodidades, empezaron construyéndose un pasar con la poca plata que ganaba ella como cocinera, mientras él era iniciado en los misterios jamás desentrañados del silabario de misía Irisita, la dueña de la casa donde su madre trabajaba. Los veranos pronto dieron paso a los otoños, inviernos, ocasionales primaveras y los años se acumularon demasiado, antes que cualquiera se diera cuenta. Sin jamás siquiera leer su nombre, se empezó a convertir en adulto entre podas de árboles, cosechas, partidos de fútbol y tinajas de vino que reemplazaban el agua en casi todo momento.
Pronto sus compañeros de trabajo advirtieron que el pelo ya empezaba a salpicar su cara, como testimonio que sus intereses estaban cada vez más cerca de las faldas.
Fue así como un día cualquiera y tras el pago del jornal, lo invitaron donde la Rosa Caliente. Se asustó un poco con lo de la invitación, ya que su madre le había asegurado la entrada al infierno por sólo pensar en visitar lupanares y porque los rumores de lo que allá ocurría eran siempre exagerados y confusos.
El local de la Mama Rosa o Rosa Caliente como la llamaban a sus espaldas, era un local de mala muerte y alegre vida no muy lejos de la calle principal del incipiente pueblo. De rojo apasionado en su fachada y herméticas puertas de madera que impedían toda posibilidad de saber los delirios nocturnos de su interior. Regentado con mano dura y corazón de oro por la Mama Rosa, era un lugar donde las penas  habían sido desterradas en su inauguración mediante conjuros, bailes y alcohol sin santificar.
La Mama Rosa era una mujer grande con cara estucada y pintura circenses, de carácter fuerte, famosa por sus amores tempestuosos, públicos y breves. De pelo rojo químico y labios finos de rubí, tenia una maravillosa sonrisa incompleta y poseedora de palabra fácil. Dueña de todos los sueños de sus protegidas y de las historias sin moralejas que ocurriesen en toda la provincia. Víctima del mal congénito de no dormir jamás, decidió hacer de la noche su reino donde sus súbditos iban desde autoridades rimbombantes hasta el peones de potrero, los que secaban su piel en el surco para arrendar unas horas de afecto físico. La sensualidad de Mama Rosa no murió ni con los disparos que la experiencia y el tiempo le dejaron en la piel, ni las tristezas novelescas que aparecían cada tanto.
Este era el único local de muchachas de la zona, las que curaban de virginidad a los primerizos y beatos, apagaban el calor de bajo vientre de los solitarios y eran compañía de maridos solteros. Todas eran cuidadas tiernamente por Mama Rosa, a ninguna le faltaba su lugar caliente para dormir o alguna de las necesidades básicas con las que pudieran contar. Poblado con innumerables huachos, el local tenía un pequeño ejército de mozos y guardias que jamás permitieron que a nadie le fuera faltado el respeto. La noche en cuestión, lo habían obligado a ir a punta de empujones y bromas al mentado local, aunque no fuera realmente no era desgana sino el miedo el que le impedía ir, era como si  tuviese un presentimiento de lo que iba a pasar. Una vocecilla callada que resonaba en su cabeza con alarmas de malos pronósticos, pero como nunca la había tenido que escuchar, ese dia simplemente la ignoro. La noche que lo llevaron por primera vez,  tocaban boleros sufridos las guitarras con hambre y el bullicio de fiesta era sólo interrumpida por discusiones amigables que alzaban la voz por el ruido feliz.
Una de estas santas magdalenas se alzaba sobre las demás. Su nombre era Inmaculada.
Inmaculada, junto a la ironia de su nombre, era la más graciosa y querida de todos, la joya del local, de tiernos años sin contar y experiencia de veterana de guerra. De proporciones pequeñas, ojos ocre y cubierta por una piel de porcelana teñida. Compensaba su pequeño tamaño con su risa antediluviana y humor inquebrantable.
Cuando Repollo se dio cuenta que ella estaba mirándolo fijamente desde el fondo de la taberna, se creyó morir. A ratos la miraba y ella sonreía, mientras era cortejada por los borrachos y los tristes que mendigaban un poco del cariño en venta. De pronto levantó desde su rincón sonriéndole y avanzó caminando con ritmo caribeño hacia su sitio. Coqueta y sonriente, con las manos en donde terminaba su pollera y empezaba una blusa sorprendente de color verde olivo que mostraba lo necesario para causar emoción.
– Pa mí que este es pajarito nuevo.- rió.- Haber mocoso, ¿que andái haciendo por estos lados?- le dijo. Meneaba sus herramientas de trabajo y se le plantaba al frente mirándolo divertida. El trató de concentrarse en los colores sucios y detalles inexistentes del suelo con la esperanza de que ella se iría si no mostraba interés.
- Vine a tomarme unos vinos con los cabros.- contestó quebradamente con la seguridad diluida en un hilo de voz, mientras ella calculaba en cuanto irían sus escuetas finanzas.
Lo tomó de la mano con la firmeza de que no aceptaría un no, y lo guió a una de las piezas armadas precariamente tras la taberna, mientras sus compañeros aullaban eufóricos consejos impropios y físicamente imposibles.
- Haber que es lo que traes cabrito.- le dijo tocándole desfachatadamente una vez encerrados, lo tocó como ni él lo había hecho y mientras la dejaba hacer, se le empezó a hinchar el pudor y cayó en cuenta que iba a hacer lo que tanto comentaban los demás.
Tratando de parecer más experto la abrazó con fuerza a la altura del cuello, y tras unos movimientos, sintió morirse la conciencia del tiempo y nuevos sentimientos explotaron en su corazón sin uso. Se alejó ensopado de ella mientras la miraba desilusionado de lo efímero de su debut. Buscó, nuevamente y avergonzado, el suelo con la mirada y murmuró una disculpa por el pobre desempeño, rastrojeo unos pesos en el bolsillo para pagar el cariño recibido y su pase a la hombría.
- No te preocupí cabrito. Es normal que vayas cortina tan rápido en la primera.- dijo mientras liaba un pucho y volvía a toquetearlo sabiamente buscando despertar lo recién fenecido.- La primera te la regalo, ahora le tení que poner empeño.-
Así fue esa primera noche de amar y amar, mientras aprendía nuevos usos a su cuerpo y su sueldo desaparecía aprendiendo a morirse entre lágrimas y sudor.
Pronto se hizo asiduo, semana a semana, y algunas veces hasta tres veces a la semana, de ese olor a humo mezclado con humedad, del que se había vuelto un adicto. Pagaba contento lo que le pidieran, convencido que no pagaba nada para lo que recibía. Incluso cuando falleció su madre se fue a pasar las penas entre sus piernas, mientras se decía a sí mismo entre sollozos que no podía haber nada más rico y lo mucho que extrañaría a su vieja. Pasaron dos años en este ritmo desenfrenado sin fallar nunca, entre bromas de espera al casorio de la Mama Rosa que usufructuaba de este amor sincero y mientras nuevamente el otoño seguía al invierno y la primavera se hizo más larga que nunca.
Pero siempre llega el invierno, y este empezó cuando una tarde no encontró a la Inmaculada por ningún lado. Esperó pacientemente por si hubiera perdido el turno y estuviese con otro. Si hubiera sabido de la existencia de las horas y los minutos habría sabido de lo mucho que estuvo sentado en ese sitio antes que lo echaran porque era la hora de la dormir y había que descansar la mercadería. Salió perplejo por lo raro de todo esto y decidió volver esa misma noche, quizá mostraria un poco celoso para que a la Inmaculada le quedara claro, que al menos para él, esto no era algo solamente comercial. Cuando pasaron 4 noches sin saber de ella y por culpa de su timidez de santo, hizo el titánico esfuerzo de preguntarle a uno de los huachos por la Inmaculada.
- Se fue - dijo el niño ignorándolo perpetuamente, mientras nuestro héroe trataba de entender el misterio de lo revelado y buscando un asidero por este embate de la vida. Le hizo la guardia a Mama Rosa que había partido a visitar unos parientes por allá cerca de Yumbel. La esperó dos semanas de 7 a 11, antes y pasado el meridiano, mientras su única compañía eran los sístoles y diástoles que marcaban una canción macabra en su corazón. Esperó en la entrada, mientras preguntaba mecánicamente cada dos horas si se sabía de la Inmaculada o si Mama Rosa había avisado cuando llegaba.
Cuando al fin regresó de su viaje la Mama Rosa, lo hizo llena de cajas, verduras, un par de animalitos y una actitud de turista ausente por mucho tiempo, pero no la dejó ni siquiera instalarse para preguntarle si sabía de la Inmaculada.
- Pucha Cabro, no alcanzó a despedirse, renunció para volver donde su parentela allá en el sur. Parece que tenía a su Taita enfermo y con la plata que juntó con su merced, le alcanzaba para parar la casa un tiempo y poder dejar esta pega de alegrías ajenas.-
- ¿No sabe Ud. por donde sería eso?- le preguntó entre dientes mientras empezaba a adoptar ese modo de hablar que se hizo más enredado con las años y muy confuso hacia el final. Ante la enésima negativa de no conocer su paradero y finalmente siendo expulsado de este edén por el acoso, empezó a sentir como se llenaba su cabeza de una presión desconocida.
Se quedó un momento parado mirando la puerta del local tras la última negativa y empezó, de pronto, a correr. Corrió como alma que llevaba el diablo, como si huyendo de esa casa de placeres pudiera el dolor quedar encerrado ahí, junto a los suspiros y las sabanas húmedas.
Cuando finalmente cansado de correr se sentó contra una pared, lloró. Lloró entre gritos y mocos por su Taita desconocido que sólo había dejado cicatrices físicas en recuerdo, por su madre que no había dejado huella sino sólo timidez genética, lloró aún más por sí mismo y por esta soledad fruto de su racha de amor, pero por lo que más lloró fue por esa hija de mala madre que se había mandado a cambiar sin dejarle una seña de donde buscarla.
            Lagrimeó sentado en el mismo sitio por semanas hasta que perdió el trabajo y la casa. Siguió llorando hasta que se le acabaron las lágrimas, aunque igual continúo haciéndolo por mucho tiempo más solo en su mente. Y así fue como se encontró en otro plano, donde cambiarse de ropa o un baño eran las costumbres incomprensibles de seres terrenales y la realidad se definía por el clima y la temperatura. Su historia se hizo famosa sin detalles y sólo quedó esa aura de moraleja triste con la que se construyó su leyenda.

            Cuando con los años descubrí esta historia, y ya sin viajar en naves espaciales de madera, recorrí nuevamente las calles en su búsqueda, esperando encontrármelo en alguna esquina, ignorante de que la muerte ya se lo había llevado. Esperaba, al menos, encontrarme con su recuerdo mientras sus ojos de piedras grises estuvieran perdidos en el horizonte buscando incesantemente, sin recodar a que se refería exactamente, algo que alguna vez se llamó Inmaculada.