jueves, 21 de junio de 2018

El amor en los tiempos del Facebook (escrito hace muuuucho tiempo)

Florentino Ariza esperó a Fermina Daza 51 años, 9 meses y 4 días (que en realidad fue lo que duro su matrimonio) para estar con ella. Aun cuando ella lo había rechazado haciéndole ver que era una ilusión de niños que él nunca pudo superar, el igual lo hizo.
Se acostó con 622 mujeres, digan lo que digan, eso ayuda, para poder espantar su memoria como alma en pena que se había encarnado en su corazón sin esperanza, y cuando en el ocaso de sus años vio que ella quedaba viuda, se presento nuevamente ante ella convenciéndola de su fidelidad y finalmente pasaron el resto de sus vidas en un barco huyendo de la muerte.... me agrada pensar que aun siguen por ahí.
Pero claro, eso fue en los tiempos del cólera, hoy en los tiempos de la redes sociales no esperamos mucho, las dudas vencen a las certezas y nos consumimos en idioteces cuyo único fin es espantar relaciones,  y no llegamos a ser más que reflejos pobres que nos llenamos la boca  de sentimientos sin sentir y hablamos de cosas que no tenemos idea, y seamos honestos, a esta altura del partido ya se acaban las excusas para dar asco en esta área.
DM´s, toques, mensajes, whatsapp, y tantas otras aplicaciones reemplazan los códigos de antaño, si bien nos hemos tecnificado, les aseguro que una enamorada de las antiguas vibraba con su carta de puño y letra con la misma vehemencia que alguna lo habrá hecho con un mensaje de texto preciso y a tiempo.
Uno de mis ejercicios inútiles y temas de conversación tutelares es hablar de la historia de Florentino y Fermina, que mas o menos tienen las mismas respuestas, caracajadas burlonas, y uno que otro análisis de su imposibilidad metafísica. La conclusión general es que si no se le había pasado la mano al hombre con su espera, que eso era imposible y definitivamente pasaba y solo pasaría en algún libro imperecedero y sin límites de García Márquez.
Una frase que me mata de ese libro son las últimas palabras del padre de Florentino: "lo único que lamento es no morir por amor”. Sé que soy un puto romántico sin remedio y estoy más enamorado del amor que de nada, pero lejos es una de las frases más perfectas que he leído.
En lo personal, miro a mí alrededor y veo como fracasan los matrimonios, relaciones, (varias mías) algunas empiezan por el final y ninguna llega a algún lado. Confieso que me gustaría volverme loco por una mujer a esos niveles y saber esperar (aunque 622 mujeres ayudan con la pena, insisto) a la que no me movería jamás de su lado juramentándole mi amor y fidelidad eterna y yaciendo a su lado hasta que el tiempo secase mis huesos.
Es quizá muy probable que ya este enamorado de ella y que solo falte que se revele a si misma... mientras espero como Florentino a que el tiempo pase y llegue a mi lado, o tal vez nunca llegue y solo se pongan los cabellos blancos de tanto pensar y lamentar....
Pero volvamos a las redes sociales, un ejercicio que me encanta es mirar a supuestos príncipes azules en despliegues de romanticismo duro, mostrándose como efebos de perfectas conductas y que terminan en comentarios feminos y sin piedad de cómo el príncipe azul con cuea no era más que un pitufo.
Y seamos honestos, yo pienso que twitter es un festín para psicólogos, sociólogos y varios ologos que miran como matrimonios sólidos se desarman por el descubrimiento de bases oxidadas, nacer amores de leyenda donde juntan hijos y familias, visto como incluso, se descubren de sexualidades escondidas, manejos maquiavélicos, sexo casual, amistades con ventaja que terminan no siéndolo para nadie, amores maduros, amores fáciles, públicos y breves. También vemos ilusiones de niños, corazones rotos por doquier y uno que otro coqueteo inocente para romper la monotonía. Me gusta ver los coqueteos incipientes, yo más de una vez he bordeado esos derroteros, y me pregunto cómo se amontona lo anterior, lo feo es cuando ves a esos coquetos y coquetas y conoces a sus parejas.
Sorprende como en 140 caracteres creemos vislumbrar al que está al otro lado, vemos cosas que nos gustan, mantenemos conversaciones que nos acortan el día y tatúan sonrisas de misterio inescrutable para los que nos rodean. Luego, tras un prudente tiempo de cercanías dulces y adjetivos conmovedores, pasamos a la privacidad de mensajes que terminan en guassap cuando se vuelve imposible contener la avalancha de ideas en tan pocos caracteres.
Posteriormente, y si no hay nada que esconder entre las partes, pasamos a facebook, donde la versión editada de nuestros diarios de vida, muestra una realidad sin fe de erratas donde siempre somos protagonistas y mostramos nuestra vida sin defectos como umbral para esa persona que entra en nuestras vidas sin saber bien a qué va.
Finalmente, ese postergado café que sirve como catarsis para saber de si estamos frente a una amistad que llene de luz o un amor que no sabemos cómo diablos termina. Claro, también ocurre que su imagen idealizada se contrapone a su imagen física (es como pololear con la foto que ponemos de avatar y al mirarlo vemos la foto de carnet, y la potencial atracción se transmuta a una inocente amistad que probablemente se irá diluyendo junto a los mensajes por la muerte del ideal. La otra opción es que se miren, nazca el amor y caminen junto hacia al atardecer sin gesticular palabras, mientras querubines traviesos revolotean a su alrededor los inmolan sin piedad a flechazos de amor que solo los meterán en un lio.
En fin, más o menos estos son los pasos que, salvo uno que otro, vemos día a día en él estos amores de redes sociales. Y es que conversando y viendo a varios, vemos que esta estructura se mantiene en casi todos los pasos (algunos mas u otros menos) pero siempre siguiendo un baile predeterminado.
Y como lei en un chiste no hace mucho, esto es culpa de Disney y las películas porno, ellas buscan a príncipes azules (y raramente son princesas) y ellos a sus putas insaciables (a las que difícilmente les seguirían el ritmo) por lo relativo de las relaciones en los tiempos de las redes sociales y que no tenga a mi puta insaciable de película porno, hoy odio estar aquí.