domingo, 31 de marzo de 2013

Entre Suspiros


Despiertas. Miras a tu lado una espalda desnuda que respira plácidamente en lo más profundo de los dominios de Morfeo y te detienes. Miras a tu alrededor mientras tus ojos heridos se tratan de acostumbrar a una insolente luz del día.
Aun tus neuronas no se conectan totalmente cuando estas tratando de recordar donde estas, el sabor agrio en tu boca y el espacio entre tus lóbulos que palpita al ritmo de sístoles y diástoles te indican que la cantidad de alcohol ingerida era suficiente para dejar contento a un país pequeño.
Miras la hora y aun es temprano, buscas a tu alrededor tu ropa y ojala tu teléfono para que el gps te indique donde estas. Curiosamente recién en ese instante te das cuenta que estas desnudo y tu compañía también lo está. Espías disimuladamente, y lo más despacio posible, bajo las sabanas para ver a tu compañía. El sol insolente entra prepotente en la pieza haciendo imposible el dormir.
Ves el cabello largo y perfecto y del mismo color que los pecados derramado sobre las almohadas, admiras esa diminuta espalda que te parece perfecta. Casi sin pensarlo te aferras a ella como un naufrago en busca de no ahogarse. Sientes los rastros de su perfume que estimulan las pocas sinapsis inconexas que quedaban. Ella ronronea, se acomoda calzando perfecto en ti y sigue durmiendo. Lamentablemente no encuentras registro, salvo unas pobres imágenes, de lo acaecido para llegar a esa espalda. Miras la habitación de colores ocre, no muy grande.
Ves recortes de diarios con noticias sin sentido, litografías de copias de cuadros imposibles. Un pequeño equipo de música y la ausencia de televisor te dice lo que la entretiene. Los libros amontonados en diferentes partes te llaman la atención y fantaseas con que sea escritora y esa noche de supuesta (hasta ahora sigue no muy seguro de que así haya sido y menos que haya sido exitosa) termine en una novela imperecedera que solo tu reconocerás y sonreirás cada vez que la veas en tu cofre privado de memorias, un atrapa sueños cuelga impávido desde su techo y admiras su artesanía bella, mágica y honesta.
Un hada cuelga desde un rincón y te mira coqueta o quizá impresionada por lo ocurrido hace unas horas y de lo que no tienes mucho registro. Son varios los adornos en la habitación, pero esos son los que te llevas entre tus recuerdos.
Empiezan a pasar los minutos y te das cuenta con terror que no sabes su nombre. Te preocupa que se enoje cuando se de cuenta, miras por todas partes algún recuerdo u objeto que te de pistas de su identidad. El cabello aleonado cubre su cara, lo que te impide saber cómo son sus facciones. Solo recuerdas lo ruidoso del bar, la neblina de nicotina, y como los vasos se iban entre suspiros, la miras y ves lo indefensa que esta, su entrega y confianza hacia ti, un desconocido, la amas en ese momento por el momento perfecto.
Te levantas suavemente, recoges tu ropa y logras salir de la habitación sin ruido.
Un living espacioso y en silencio no revela ni siquiera la presencia de mascotas, terminas vistiéndote rápidamente, y siempre sin hacer ruido.
Vas al baño de visitas y te refrescas lo mejor posible.
Te asomas por última vez a la habitación y ves como ya se ha adueñado de su cama y siempre en una posición que te impide admirar sus facciones.
Sales lo más calladamente posible del departamento, y solo el click del cierre rompe el silencio. Caminas relajado hacia al ascensor preguntándote por esa mujer misteriosa y tu sensación urgente de huir. Miras con nostalgia su puerta pensando en ese momento perfecto que te sentiste a salvo.
                Piensas con pena en los besos que no tendrás por no saber decir: “te necesito”, como dice Sabina. Pero la vida continuara, como dice la canción, como todas las cosas que no tienen mucho sentido. Por amarla gracias a ese momento perfecto, ya no odiaras estar aquí.