domingo, 25 de noviembre de 2012

Sobre terminar no escribiendo nada...


Una de las técnicas que utilizo, en mi ignorancia y total desconocimiento de las técnicas de este oficio de escribidor, es escribir primero el título, es como si al establecerlo, se me hiciera más fácil mantenerme dentro de ciertos parámetros para explayarme sin caer en delirios cuneiformes, ni alejarme a orillas que solo desconcierten aun mas al lector y quizá logren atraer lo suficiente para pasar de la segunda línea. Por lo que me senté, con más fe que talento, con el notebook a realizar una nueva columna para el Diario El Pilín.
Y como habían estado esquivas las musas estas semanas y no habían caído muchas ideas que mantuvieran mi perfil de aportes inútiles que han caracterizado mis artículos, decidí hacer ambiente.
Música de Warren Zevon? Check.
Notebook con batería para escribir o salir a la terraza con el ¿por si necesito un pucho? Check.
¿Estado emocionalmente en caos? Check.
¿Una idea para que sea plasmada? Y ahí jodimos.
Ya había tocado mis temas favoritos (putas, cafés y paternidad, aunque no lo sean en ese orden) por lo que pedirle peras a ese olmo iba a ser algo complicado. Encontrar un tema, dejar que la imaginación vuele y tratar de no escribir una puteada cada tanto es un esfuerzo para alguien como yo que hace poco se bajó de los arboles. Alguna vez leí que a Monet, al que le preguntaron si tenía muchas ideas para sus cuadros, este le respondió que no se pintaba con ideas. Es innegable que podemos homologar un sinnúmero de procesos creativos partiendo de esta frase, algún otro escritor dijo por ahí que se escribe en bruto y después se revisa lo hecho corrigiéndolo y dándole sentido. Hoy voy bien en mis escritos cumpliendo la primera parte. En alguna próxima columna hare la segunda y tendrán sentido. Lo prometo.
Así fue que decidí (al igual que Monet y el escritor anónimo del cual el Alzheimer se llevo el nombre) lanzar golpes contra el teclado (y por supuesto que no al azar) de letras que formen palabras legibles, de ahí acompañarlas de algunos verbos y que terminen siendo frases más o menos entendibles y que terminen en párrafos desde lo que algo se pudiese hacer. Y como pueden ver a esta altura no tuve mucho éxito.
Pero volvamos a la raíz, escribir no se hace con ideas, se escribe con sentimientos, se escribe usando el corazón en vez del cerebro. Que todo se saque desde el fondo de ese tarro lleno de cosas al que llamamos alma y sin darse cuenta plasmarlo en una hoja (o pantalla como en mi caso) Recordé a Manuel Acuña (sin parentesco), un poeta mexicano que tras escribir un único y notable poema a aquella mujer que amaba con furia, y que se casaba mientras  lo escribía y una vez que lo termino, quizá al unísono con el fin de  la ceremonia, se voló los sesos. Bueno, no es el mejor ejemplo de pasión al escribir o como la fuente de inspiración se puede comer a sus autores y además de un testimonio queda un ser humano vacio y como en este caso, tristemente muerto.
Detuve un momento mi golpeteo de teclas rítmico mientras enciendo un cigarrillo y miro como otra vez logro que Cervantes se revuelque en su tumba. Dejo de lado mis ofensas gramaticales y al idioma mientras entre bocanadas de humo, mi salud e inspiración se disuelven en el aire. Pienso en política, futbol y religión, pienso en medioambiente y el más vilipendiado usado tema por los escribidores de este mundo, el amor. Y nada, por el contrario el ruido de los grillos se hace ensordecedor en el fondo de mi cabeza.
Pero me quede esperando a ver como los sentimientos cobraban forma, las ideas y alguno que otro chiste que por lo general solo me causa gracia a mí, y aun seguía en negro, nada, moral de político, o sea, inexistente. Picasso decía que la inspiración existe pero debía encontrarte trabajando, por lo que deje de lado este escrito mientras googleaba si existía algún ritual griego de invocación a las musas y me encontré que se les hacían libaciones de agua, leche o miel. Ante lo cual solo me quedo una opción, correr al diccionario para saber qué diablos era libación. Y al no tener ningún carácter sexual, perdí rápidamente el interés y se las deje para sus composiciones a Serrat. Ya sin esperanza y mientras navegaba sitios altamente pornográficos en búsqueda de inspiración (es que me hacen llorar de puro emotivo, ya que se que tras el acto, sé que en fondo, él no la ama) decido abandonar toda esperanza como en la entrada del infierno de Dante y dejo estas líneas al azar para que alguien entienda todo lo que no se debe hacer al escribir y dejar en las generaciones de futuros arqueólogos digitales estas líneas para confundirlos sobre si había inteligencia a esta altura del siglo. Solo espero que aunque no puedan entender todo y les quede alguna duda sobre la misteriosa intención de escribir estas líneas, y lo más importante; como explayarse tantas líneas sin decir nada, que todo fue y será, dentro de un marco de respeto.

Las Memorias de mis Putas Felices


Primero quiero presentarme, soy Zienke  Delirand. Un usuario de bajo perfil de Twitter que en su identidad secreta lucha contra las fuerzas del mal mientras su novia no tiene la más mínima idea de por qué usa sus calzoncillos por fuera. Espero esta sea la primera de algunas colaboraciones, todas sin moraleja y más de alguna que dejará preguntas fantásticas en el aire como por ejemplo: ¿Qué diablos pensaba el Diario El Pilin en dejar escribir a este tipo?
Es sabido, por el que ha tenido el deshonor de leer mis twitts, de mi fascinación por las malas palabras, por los bohemios, las putas y los mentirosos. Y justamente es uno de mis temas recurrentes y sin sentido el que me hace enviarles estas líneas de sabiduría de plástico desechable.
Esta mañana me topé, en mi revisión de noticias, del cierre de La Tía Olga en Concepción.
La mencionada Tía Olga, ubicada en calle Ongolmo 1153, como indican colaboradores de este diario, es un lugar famoso de amores en arriendos privados y breves, cierra tras 65 años de pasión ininterrumpida y amores prohibidos.
Si bien sólo pase un en un par de viajes de mochileos por afuera de las instalaciones de la puerta color verde, como quien pasa ante cualquier institución (aún busco algunas fotos que orgulloso me saque en su entrada) en mi calidad de Santiaguino estudiante y en quiebra, jamás pude disfrutar de ir a conocerla y escudriñar su calidad de leyenda.
Leer del tema me dejo esa sensación de fin de una era, como cuando echan abajo a un lugar bello y favorito o ese amargo sabor que nos deja la modernización en su afán de arreglar lo que no está roto.
Me quede pensando en esos hogares de mala muerte y alegre vida, lugares donde se curaba de virginidad a los primerizos y más de algún beato, o apagaban el calor de bajo vientre de algunos esposos ejemplares. Me quede pensando en esas vírgenes de alma que sus fieles adoraban día a día y jamás recibían el pago justo para lo que en realidad entregaban. Recuerdo historias que ellas me contaban de cuando muy joven me fui a vivir solo al centro de Santiago y termine de vecino de varios lupanares y adoptado sin ninguna malicia por varias de estas señoras a las que jamás les vi un gesto que remotamente recordara su oficio, salvo alguna mala palabra y enseñanza épica que me sirvió varias veces en viajes y a lo largo de mi vida.
Recuerdo historias de la enorme cantidad de clientes que no pagaban por amor físico, sino por un simple abrazo y la mentira de que eran amados por unas horas, siempre acorde a la tarifa establecida.
Alguna vez pregunté por historias más escabrosas y para mayores de 35, pero la ilusión se apagó, ya que la mayoría de los clientes solo tenían el mal congénito de la timidez y que jamás habían visto nada muy raro. Estas líneas son solo un homenaje a todas esas damas y señoras que dedican su vida a esta profesión de felicidad ajena y crítica pública. A esas valientes que optaron por un rubro cuestionado y rechazado por muchos, pero que sus hijos jamás preguntaron de donde venía. Si bien más de alguien podrá y cuestionará estos recuerdos mentirosos, solo quiero homenajear, pero siempre dentro de un marco de respeto.