Había sido un lunes como todos, un lunes
con sabor a desgano, a recuerdos del fin de semana, que ya sea por noches
sudorosas con desconocidas, amantes perennes o un borrachera de carácter histórico
se hace uno con el desgano de tus compañeros por el inicio de la semana laboral.
Donde el trabajo a media máquina es una tradición republicana, para acostumbrar
el cuerpo, dicen y ante la conciencia cósmica que queda el resto de la semana.
Para él, por el contrario, su día fue dedicarse con esmero al trabajo, almorzar
su usual ensalada con carnes de los lunes (siempre los lunes, jamás un martes, ahí
le tocaba pastas), y producir eficientemente para que nadie lo note. El día transcurrió
como siempre, la salida fue más tarde que los demás (como siempre) por lo que
ya oscurecía cuando enfiló hacia su hábitat arrendado.
La
noche empezó a caer sobre una
ciudad somnolienta, el frio cortante que cala huesos e incómoda almas comenzó a
cubrir con su aliento todos los recovecos de lo material e inmaterial con su
frío estacional. El eco le contestaba a sus pasos por la calle solitaria,
mientras faroles bizcos y tuertos iluminan malamente el trayecto congelado y
solo. Sabe exactamente lo que ocurrirá al llegar a su casa como siempre,
llegara a preparar algo de comer sencillo, ojala sin esfuerzo, que solo de por
cumplido el ritual de comer, tratando de hacer lo más corto posible el tedioso
proceso de irse a dormir. Planchará una de sus camisas colgadas, como siempre,
de forma eterna en su baño y tras mirar televisión, encenderá su último
cigarrillo para intentar caer, sin éxito total, en los mundos de ensueño que
traen paz y pesadillas a nuestra psique.
Y así, mientras enumera mentalmente sus
actividades de mañana martes y piensa en cómo descolgarse de invitaciones de
carácter social que le llegan, es cuando ve, caminando en dirección contraria,
al vendedor de espejos. Pronto pudo apreciar a un hombre pequeño, de ropas
abrigadas y paso cansino, con un gran bulto entre sus manos, el que llevaba
cansado y pareciera amarrado a su vida. Es un hombre pequeño de cabellos decolorados,
bigote de astro de cine y la cara surcada de innumerables arrugas
experimentadas, las que reflejan una vida de penas y alegrías disfrutadas sin
fin. Su sonrisa de dientes intermitentes no lo afeaban, solo lo hacían feliz y
eterno.
Era
una esquina oscura cualquiera, su bulto cansado, estaba envuelto en un paño de
color indefinible, y su gran tamaño, daban pistas de la fuerza hercúlea del
anciano.
- Es un espejo mágico, caballero- soltó, sin mediar aviso y
descubriendo el enorme bulto que cargaba, al pasar a su lado. La repentina
frase lo hizo saltar. En parte porque justo iba pensando en lo parecida de la
calle al comienzo de la película “El Exorcista”, y en parte por la sorpresiva
ruptura de un silencio envolvente. No lo asustó totalmente, hacía rato lo
miraba caminar hacia él.
- ¿Mágico?- Sonrío, pensando en que quizá solo se quería reír un
rato o estaba ante el nacimiento de una original técnica de venta.
- Refleja nuestra verdad más profunda-
contestó con solemnidad de clérigo.
Nuestro
héroe se detuvo un momento a observarlo detenidamente mientras buscaba la
trampa, aunque si la hubiera, era poco probable que un hombrecito tan pequeño
fuera capaz de asaltarlo o algo por el estilo. Le pidió una demostración.
- Mire...- Dijo descubriéndolo un poco más.
El espejo, en el que no había reparado hasta ese momento, era más grande
de lo que pensó antes, era antiguo, de esos coloniales que adornaban paredes de
las casas de apellidos vinosos. Su enorme marco dorado de metal misterioso,
estaba lleno de relieves y dibujos disueltos, gastados e inentendibles y cuyo
significado se había perdido hace demasiados inviernos.
Miro
dentro del reflejo escéptico, y solo se veía su cara de curiosidad tempestuosa,
que al momento pasó a ser sólo un ceño fruncido...
- ¿Y?, eso lo veo en todos los espejos...-
- Le hablé de que este era especial caballero,
este refleja nuestra verdad más profunda… en su caso… que no puede escapar de Ud. mismo...-
Lo
miro a los ojos buscando la burla, pero el anciano seguía con su aura solemne,
mientras lo miraba fijamente. Le sonrió, pero esta vez de mala gana y con desgano lo obsequio
con una moneda para celebrar su imaginación.
El Vendedor de espejos le regaló una sonrisa picara y con un guiño empezó a
continuar su camino. Mientras lo miraba
alejarse, lo primero que se preguntó era si otra persona vería algo más. Inmediatamente le causo
gracia su estupidez y decidió olvidar lo ocurrido ante lo inútil y absurdo del
episodio.
De
todos modos no pudo evitar en esa “verdad” recién descubierta y se volvió a mirar cómo
se alejaba el extraño vendedor, que hablaba solo y en voz alta sobre los males
de la economía aplicada por el gobierno de turno y
como estas malas decisiones habían afectado sus finanzas, mientras
amenazaba a dichas autoridades que parecían flotaban a su alrededor.
-..No puede escapar de Ud. mismo...- sonó de
nuevo en su cabeza sintiendo como la temperatura bajaba aun mas de pronto y aceleró el paso
hacia el lugar donde tomaba el bus, mientras volvía a pensar en dejar atrás el
reflejo del espejo.
Al
llegar, y mientras la voz seguía resonando, olvidó su rutina estructurada, se
fue a cama sin comer, y pronto se hundió en un sueño intranquilo, donde casas
de espejo, sonrisas incompletas y un desconocido con su rostro flotan a su
alrededor. El despertador sonó puntual a la hora de siempre, y fue en ese
momento que noto que aun era lunes, si bien su teléfono, calendario, y las
noticias hablaban de un martes otoñal, en su corazón sabía que era lunes.
Un
poco descolocado pensó en prepararse un plato de legumbres, como era su
costumbre los martes, pero la certeza de que era lunes, no le dejó otra que
volver a preparar un plato de ensaladas. Con gran incomodidad uso la camisa de
los martes, y salió atrasado, cosa que no era como siempre, a tomar su bus de
siempre que lo dejaría a unas cuantas cuadras de su trabajo de siempre.
Intento
hacer su rutina diaria de dirigirse al trabajo, pero dobló en una esquina que
no era la de siempre, y eso descolocó su sentido de orientación, alejándolo de
su camino de siempre. Nuevamente en su cerebro aparecieron las palabras del
vendedor de espejos y se vio como caminaba solo entre medio de la multitud
apurada. En ese instante se dio cuenta que ese martes (que él sabía que era
lunes) nada era como siempre. Se sentía agobiado, cansado, incómodo por la
ruptura de su ritual, seguía recurrente el recuerdo de las palabras del viejo y
el reflejo del espejo como astilla mental que lo molestaba y no lograba sacarse.
De pronto, la idea de que era prisionero de sí mismo, le
hizo sentir un escozor en el alma. Apuro el paso, no muy seguro de donde se dirigía,
en el suelo, una gitana que juega con sus cartas para aventurar como será su día
de trabajo, se asusta cuando todas salen en blanco al pasar el. Un borracho se
siente sobrio de golpe cuando se cruza con este hombre de mirada afiebrada que
busca una explicación en el aire del porque ese martes parecía lunes y nada era
como siempre. Pudo percibir esas señales, se asustó. Miro hacia todos lados, y
se sintió descubierto en falta, y apuró aun más el paso, en dirección contraria
a la calle de siempre. Su miedo ya se reflejaba en su respiración y se dio
cuenta que sudaba como maratonista, mirando a ratos hacia atrás con la
sensación de que lo perseguía lo inevitable y que al atraparlo, nada sería como
siempre.
Casi
sin caer en cuenta se encontró frente a una tienda de antigüedades, se
sorprendió ya que no recordaba haberla visto, y jamás lo había hecho, aun cuando
no se percataba que no se dirigía a su oficina como siempre. Nuevamente, y
lejos de su costumbre habitual, quizá impulsado por una fuerza desconocida,
entró.
Miro
al dueño que le pareció familiar con su bigote de astro de cine y cabellos
decolorados, el que le sonrió impecable e invito a pasar sin palabras, casi sin
decidirlo se vio en su interior mirando cosas que no necesita, cuando sin aviso,
estaba en un rincón el espejo esperándolo.
Miro
nuevamente el reflejo, pero esta vez el espejo estaba roto y solo veía por
partes a su yo desaliñado, cansado y triste. Miro nuevamente al extrañamente
sonriente vendedor y ahí entendió que podía ser perfectamente el gemelo del
vendedor de espejos. El gemelo del vendedor empezó a reír a carcajadas sin
motivo, lo que solo le causó miedo y huyo rápidamente del lugar, acelerando
inútilmente el paso, como si así pudiese huir de esa escena de pesadilla.
El
vendedor de espejos miró un rato la puerta abierta, y con ademan cansado, se
dirigió al espejo, que ahora se encontraba intacto, sacudió un poco de polvo
imaginario y lo colgó sonriente en una muralla. Volvió a tomar asiento mientras
algunas risitas se le escapaban y el reflejo del cliente que había huido
asustado seguía ahí triste e inconsolable.