sábado, 13 de agosto de 2016

El Espejo Mágico (Cuento revisado)

         Había sido un lunes como todos, un lunes con sabor a desgano, a recuerdos del fin de semana, que ya sea por noches sudorosas con desconocidas, amantes perennes o un borrachera de carácter histórico se hace uno con el desgano de tus compañeros por el inicio de la semana laboral. Donde el trabajo a media máquina es una tradición republicana, para acostumbrar el cuerpo, dicen y ante la conciencia cósmica que queda el resto de la semana. Para él, por el contrario, su día fue dedicarse con esmero al trabajo, almorzar su usual ensalada con carnes de los lunes (siempre los lunes, jamás un martes, ahí le tocaba pastas), y producir eficientemente para que nadie lo note. El día transcurrió como siempre, la salida fue más tarde que los demás (como siempre) por lo que ya oscurecía cuando enfiló hacia su hábitat arrendado.
         La noche empezó a caer sobre una ciudad somnolienta, el frio cortante que cala huesos e incómoda almas comenzó a cubrir con su aliento todos los recovecos de lo material e inmaterial con su frío estacional. El eco le contestaba a sus pasos por la calle solitaria, mientras faroles bizcos y tuertos iluminan malamente el trayecto congelado y solo. Sabe exactamente lo que ocurrirá al llegar a su casa como siempre, llegara a preparar algo de comer sencillo, ojala sin esfuerzo, que solo de por cumplido el ritual de comer, tratando de hacer lo más corto posible el tedioso proceso de irse a dormir. Planchará una de sus camisas colgadas, como siempre, de forma eterna en su baño y tras mirar televisión, encenderá su último cigarrillo para intentar caer, sin éxito total, en los mundos de ensueño que traen paz y pesadillas a nuestra psique.
Y así, mientras enumera mentalmente sus actividades de mañana martes y piensa en cómo descolgarse de invitaciones de carácter social que le llegan, es cuando ve, caminando en dirección contraria, al vendedor de espejos. Pronto pudo apreciar a un hombre pequeño, de ropas abrigadas y paso cansino, con un gran bulto entre sus manos, el que llevaba cansado y pareciera amarrado a su vida. Es un hombre pequeño de cabellos decolorados, bigote de astro de cine y la cara surcada de innumerables arrugas experimentadas, las que reflejan una vida de penas y alegrías disfrutadas sin fin. Su sonrisa de dientes intermitentes no lo afeaban, solo lo hacían feliz y eterno.
         Era una esquina oscura cualquiera, su bulto cansado, estaba envuelto en un paño de color indefinible, y su gran tamaño, daban pistas de la fuerza hercúlea del anciano.
- Es un espejo mágico, caballero- soltó, sin mediar aviso y descubriendo el enorme bulto que cargaba, al pasar a su lado. La repentina frase lo hizo saltar. En parte porque justo iba pensando en lo parecida de la calle al comienzo de la película “El Exorcista”, y en parte por la sorpresiva ruptura de un silencio envolvente. No lo asustó totalmente, hacía rato lo miraba caminar hacia él.
- ¿Mágico?- Sonrío, pensando en que quizá solo se quería reír un rato o estaba ante el nacimiento de una original técnica de venta.
- Refleja nuestra verdad más profunda- contestó con solemnidad de clérigo.
         Nuestro héroe se detuvo un momento a observarlo detenidamente mientras buscaba la trampa, aunque si la hubiera, era poco probable que un hombrecito tan pequeño fuera capaz de asaltarlo o algo por el estilo. Le pidió una demostración.
- Mire...- Dijo descubriéndolo un poco más.
El espejo, en el que no había reparado hasta ese momento, era más grande de lo que pensó antes, era antiguo, de esos coloniales que adornaban paredes de las casas de apellidos vinosos. Su enorme marco dorado de metal misterioso, estaba lleno de relieves y dibujos disueltos, gastados e inentendibles y cuyo significado se había perdido hace demasiados inviernos.
         Miro dentro del reflejo escéptico, y solo se veía su cara de curiosidad tempestuosa, que al momento pasó a ser sólo un ceño fruncido...
- ¿Y?, eso lo veo en todos los espejos...-
- Le hablé de que este era especial caballero, este refleja nuestra verdad más profunda… en su caso… que no puede escapar de Ud. mismo...-
         Lo miro a los ojos buscando la burla, pero el anciano seguía con su aura solemne, mientras lo miraba fijamente. Le sonrió, pero esta vez de mala gana y con desgano lo obsequio con una moneda para celebrar su imaginación. El Vendedor de espejos le regaló una sonrisa picara y con un guiño empezó a continuar su camino.  Mientras lo miraba alejarse, lo primero que se preguntó era si otra persona vería algo más. Inmediatamente le causo gracia su estupidez y decidió olvidar lo ocurrido ante lo inútil y absurdo del episodio.
         De todos modos no pudo evitar en esa “verdad” recién descubierta y se volvió a mirar cómo se alejaba el extraño vendedor, que hablaba solo y en voz alta sobre los males de la economía aplicada por el gobierno de turno y como estas malas decisiones habían afectado sus finanzas, mientras amenazaba a dichas autoridades que parecían flotaban a su alrededor.
-..No puede escapar de Ud. mismo...- sonó de nuevo en su cabeza sintiendo como la temperatura bajaba aun mas de pronto y aceleró el paso hacia el lugar donde tomaba el bus, mientras volvía a pensar en dejar atrás el reflejo del espejo.
         Al llegar, y mientras la voz seguía resonando, olvidó su rutina estructurada, se fue a cama sin comer, y pronto se hundió en un sueño intranquilo, donde casas de espejo, sonrisas incompletas y un desconocido con su rostro flotan a su alrededor. El despertador sonó puntual a la hora de siempre, y fue en ese momento que noto que aun era lunes, si bien su teléfono, calendario, y las noticias hablaban de un martes otoñal, en su corazón sabía que era lunes.
         Un poco descolocado pensó en prepararse un plato de legumbres, como era su costumbre los martes, pero la certeza de que era lunes, no le dejó otra que volver a preparar un plato de ensaladas. Con gran incomodidad uso la camisa de los martes, y salió atrasado, cosa que no era como siempre, a tomar su bus de siempre que lo dejaría a unas cuantas cuadras de su trabajo de siempre.
         Intento hacer su rutina diaria de dirigirse al trabajo, pero dobló en una esquina que no era la de siempre, y eso descolocó su sentido de orientación, alejándolo de su camino de siempre. Nuevamente en su cerebro aparecieron las palabras del vendedor de espejos y se vio como caminaba solo entre medio de la multitud apurada. En ese instante se dio cuenta que ese martes (que él sabía que era lunes) nada era como siempre. Se sentía agobiado, cansado, incómodo por la ruptura de su ritual, seguía recurrente el recuerdo de las palabras del viejo y el reflejo del espejo como astilla mental que lo molestaba y no lograba sacarse.
De pronto,  la idea de que era prisionero de sí mismo, le hizo sentir un escozor en el alma. Apuro el paso, no muy seguro de donde se dirigía, en el suelo, una gitana que juega con sus cartas para aventurar como será su día de trabajo, se asusta cuando todas salen en blanco al pasar el. Un borracho se siente sobrio de golpe cuando se cruza con este hombre de mirada afiebrada que busca una explicación en el aire del porque ese martes parecía lunes y nada era como siempre. Pudo percibir esas señales, se asustó. Miro hacia todos lados, y se sintió descubierto en falta, y apuró aun más el paso, en dirección contraria a la calle de siempre. Su miedo ya se reflejaba en su respiración y se dio cuenta que sudaba como maratonista, mirando a ratos hacia atrás con la sensación de que lo perseguía lo inevitable y que al atraparlo, nada sería como siempre.
         Casi sin caer en cuenta se encontró frente a una tienda de antigüedades, se sorprendió ya que no recordaba haberla visto, y jamás lo había hecho, aun cuando no se percataba que no se dirigía a su oficina como siempre. Nuevamente, y lejos de su costumbre habitual, quizá impulsado por una fuerza desconocida, entró.
         Miro al dueño que le pareció familiar con su bigote de astro de cine y cabellos decolorados, el que le sonrió impecable e invito a pasar sin palabras, casi sin decidirlo se vio en su interior mirando cosas que no necesita, cuando sin aviso, estaba en un rincón el espejo esperándolo.
         Miro nuevamente el reflejo, pero esta vez el espejo estaba roto y solo veía por partes a su yo desaliñado, cansado y triste. Miro nuevamente al extrañamente sonriente vendedor y ahí entendió que podía ser perfectamente el gemelo del vendedor de espejos. El gemelo del vendedor empezó a reír a carcajadas sin motivo, lo que solo le causó miedo y huyo rápidamente del lugar, acelerando inútilmente el paso, como si así pudiese huir de esa escena de pesadilla.
         El vendedor de espejos miró un rato la puerta abierta, y con ademan cansado, se dirigió al espejo, que ahora se encontraba intacto, sacudió un poco de polvo imaginario y lo colgó sonriente en una muralla. Volvió a tomar asiento mientras algunas risitas se le escapaban y el reflejo del cliente que había huido asustado seguía ahí triste e inconsolable.

Sueño.

Abro los ojos. Veo su espalda desnuda y perfecta y me aferro a ella. Hundo mi cara en su maraña de cabello que emula a la noche y aspiro su olor. Siento que me invade y llena.
No me pregunten cómo, ya que por la posición no veo su cara, pero sé que sonríe incluso antes de pegarse a mí.
Me saluda con voz trasnochada y me pregunta como dormí. No le contesto. Solo la abrazo más fuerte.
¿Una mañanera goloso? Me pregunta coqueta y solo atino a besarla. No entiendo el porqué de mi melancolía, pero sentí que la extrañaba. Hace el ademán de levantarse y casi la retengo. Me dice que va por mi café para que reviva.
Miro a mí alrededor y miro nuestra habitación. Reconozco todo y nada al mismo tiempo. Miro por el ventanal y veo nuestro jardín y hacia el fondo el final de la parcela. Sonrío. La vida es buena.
Me invade una enorme alegría.
Salto de la cama y empiezo a recorrer habitaciones despertando al resto de la familia. Martin me grita que lo deje dormir y Tomas ya está en pie y jugando sus videojuegos… le pido que salga a tomar aire y lleve a sus hermanos. Le pregunto si desayuno y si quiere algo. Me ignora y solo inclina su cabeza a un bol medio vacío con restos de leche y cereal.
Camino hasta el otro extremo de la casa hacia la cocina donde se que debe estar haciendo el café.
Es sábado y sé que se viene la pelea por cocinar, pero ya lo hace de lunes a viernes y además es algo que a mí me encanta.
Inventare algo especial para hoy.
Salgo al antejardín y saludo a los perros. Tomo aire y nota mental que debo regar el jardín y quizá trabajar en uno de mis cuadros o quizá algún cuento. No pensare en la agencia y me mantendré alejado del correo electrónico.
El aire frio me revitaliza y escucho como una de las niñas me grita que no puedo andar por el jardín solo en pantaloncillos. Que disfruten la vista grito de vuelta. Escucho risas.
Pienso en si ir temprano de compras al supermercado cuando miro mi teléfono por si hubieren llamadas perdidas o algo. Vuelvo a la habitación y la veo sonriente sentada con una bandeja y dos tazas de café.
Me mira alegre y me muestra el libro “Travesuras de niña mala” de Vargas Llosa. Me pregunta si es el que me regalo cuando pololeábamos y le asiento con una sonrisa de oreja a oreja. De pronto suena un ruido fuerte y busco con la mirada en la habitación de donde viene. Abro los ojos. Estiro la mano buscando el fono para apagar la alarma y la meto en el cenicero lleno de colillas.
Me incorporo lenta y pesadamente. Suspiro cansado y miro la habitación silenciosa.
Miro mi cama vacía y siento que algo me falta.
Me levanto lentamente para ir al baño y me tropiezo con el vaso donde me tome unos tragos anoche para dormir mejor.
Me miro al espejo y miro mi rostro cansado. Es sábado. No me tocan los niños.
Podría dormir hasta más tarde pero solo me daré vueltas en la cama pensando en que hare con mi día. Un cigarrillo y un café son mi desayuno de campeones.

El día esta gris y decido recostarme a enviar correos y trabajar. No es mucho lo que hare hoy. De pronto recuerdo que soñaba y algo sobre una bella sonrisa. Se me aprieta inexplicablemente el pecho, mientras la sonrisa se desvanece y trato de obligarme a pensar otras cosas.

jueves, 26 de mayo de 2016

Amor platónico (?)

Amo el amor, escribía Neruda. Claro, en su vocación de vate, su misión es trabajar con sentimientos y emociones, tejiéndolas en crochet junto a adjetivos que mellen corazones, palabras ensoñadoras y parafernalias lingüísticas que saquen suspiros, y no es que tenga nada en contra de eso.
El amor es una emoción esquiva, difícil, muchos claman alcanzarla, pero pocos la confirman al mirar hacia atrás. A veces, me preocupa leer en redes sociales una especie de toxica necesidad de encontrar una pareja, conectar, entregar tu corazón y sufrir de forma estúpida por meses cuando te das cuenta que se lo pasaste al o a la primera que paso.
Podríamos caer en alegorías sobre lo inútil de todo esto cuando no estas bien contigo y que no seras feliz con pareja si ya no lo eres solo, en fin, es extenuante leer tanto dolor en ocasiones, y aun da mas lata que probablemente al único que le importa es al que escribe el grito de dolor (porque si lo escribe es porque su alma rebalso y necesita que se sepa)
No, hoy mi tema son los amores platónicos. Y partamos por lo basico, cuando habla de amor platónico, sabe de que esta hablando?
Vamos por el principio, al establecerme estas preguntas, decidí ir a mirar que nos dice internet de todo esto y es un horror que ya todos escriben lo que deseen en esta plataforma, acomodando conocimientos a modo de que calcen en visiones románticas y brinden consuelo o un aire de misticismo inexistente.
Sócrates en su discurso, el que nos llega a través de Platón, dice que el amor es el impulso natural que nos lleva a intentar conocer y contemplar la belleza. Que es un proceso que se da de forma lenta, gradual que empezaría con la apreciación de la belleza física de una persona para ir dirigiéndose hacia su interior y admirar su belleza espiritual (que podría llevarnos a nuevas discusiones si es un conocimiento real, una apreciación basada en la intuición o lo que la otra persona deja mostrar para generar falso conocimiento del alma) habla también de la apreciación a la belleza del mundo, sus formas, estructuras, ciencias y religiones.
Todo para terminar en el momento culmine de lograr el conocimiento apasionado, puro, la esencia de la belleza. El conocimiento de la belleza seria única y bella por si misma, causa de que lo bello sea bello. Enredado cierto?
En esto consiste la "idealidad" del amor platónico: no en tener un amor inalcanzable, sino en amar las formas o ideas eternas, inteligibles, y perfectas. No hay nada sexual, sencillamente porque el auténtico amor para Platón no es el que se dirige a una persona sino el que se orienta hacia la esencia trascendente de la Belleza en sí.
Otros filósofos como Marsilio Ficino, en la época del renacimiento, decían que el amor platónico era un amor centrado en la belleza del carácter y en la inteligencia de una persona, y no en su apariencia física. La expresión o nace, de hecho hasta 1636 en la obra "The Platonick Lovers" de William Davenant, como dicen los historiadores, Platón nunca defendió un amor espiritual sin sexo, más bien, abogó por un camino medio. La moral significaba para él la contención. Quería que la gente evitara tanto la promiscuidad sexual como la abstinencia.
Por lo que su definición actual, al amor inalcanzable, a aquel que por diversas circunstancias no se puede materializar, esta un poco extraviado. El solo concepto de amar implica entrega, apreciación, delirio y un montón de emociones que ni el mas tibio podria disimular, pero claro, nos vivimos inventado modelos y situaciones sin norte ni moralejas.
La vida es un sueño decía Calderón de la Barca, yo le agregaría que dura un suspiro, donde algunos vemos pasar las estaciones pensativos mientras se acumulan al ritmo de corazones. NO estoy de acuerdo con estos conceptos, no estoy de acuerdo y me niego a dejar ir a quien es un motor de latidos, aun cuando lo he hecho demasiadas veces hasta que finalmente desistí de esos derroteros,
Habría que re difinir al amor platónico como el amor cobarde, el que no te atreves por circunstancias o simplemente dejación.
Hoy, si sientes un amor platónico, podrías odiar estar aquí.


jueves, 12 de mayo de 2016

Emociones

Apartar a la gente. Es un acto que llevo desde eones realizando, es mas fácil apartarme, huir que enfrentar situaciones, amores y emociones que manejo pésimo y francamente no tengo control.
Es que desde siempre me ha sido imposible controlarlas, me ahogan, me hunden, me acogotan, me sumergen en mares donde el pensamiento deja de ser lineal y racional.
Me atacan y consumen y siempre me dejan derrotado.
Por eso elijo no sentir, no involucrarme, no deja que nadie entre.
A veces me traiciono, y cometo el grave pecado de empezar a atisbar en otra alma, y pronto, al primer conflicto, la alejo sin misericordia, la salvo de mis demonios, y prefiero mantenerme lejos que sumar otra persona a las listas de los que hoy me odian.
Nunca me quedo a explicar que es necesario, que es mas sano la distancia, y que involucrarse siempre es un error cuando se trata de mi.
Mi historial me precede, me he acostado con incontables mujeres, pero jamas me he quedado con ninguna, sin animo de darme aires que no tengo, siempre me han comentado que soy bueno en el sexo. Pero nadie me dirá nunca lo bueno que soy amando.
Es en el amor donde no tengo promesa, no tengo norte, no se que hacer. Entendí todos sus recovecos, pero solo una vez sentí esa posibilidad de estrega y la boicotie sin piedad hasta que estuvo bien muerta. Por eso mejor mi camino es solo, al margen, donde no me toquen y lo mas importante solo tocar superficialmente.
Porque jamas seré de nadie ni aprendí a sentir, hoy odio estar aquí.



viernes, 29 de abril de 2016

Bonifacio y Dalia

Te quiero contar esta historia porque es de esas que vale la pena leer o escuchar, aunque no tiene grandes hazañas (aunque quizá si desde algún punto de vista) pero de esas donde los héroes marcan la diferencia y curan el alma del mundo. 
El se llamaba Bonifacio, de nombre antiguo, de un abuelo decía, que como buen hombre de campo, fue criado y versado en las miles de formas que tiene la naturaleza, experto en animales y sus costumbres, pero que solo fue capaz de desentrañar los misterios de las letras lo justo para ubicarse en este mundo de reglas y directrices incomprensibles.
No tenía muchas estaciones cuando conoció a una morenita de largas trenzas llamada Dalia. Al principio y porque la norma lo exigía, pidió permiso a su abuelo (a quien visitaba seguido) para conversar con ella. 
El tenia 16 y ella 12, cuando ella cumplió 18 se casaron en un matrimonio pomposo de pobres lujos y desbordante de emoción.
El pronto decidió arrendar un campito como mediero y hacer una casa carente de lujos de la que ella a punta de esfuerzo y amor, convirtió en un hogar. Su rutina empezaba de madrugada ordeñando vacas para ir a vender la leche y luego dejarlas en el campo para dirigirse a trabajar a las forestales de la zona. 
Ella, empezó con la ceba de chanchos y la cría de niños, que en medio de años que solo tenían primaveras, pronto fueron 9. 
El secaba su piel y alma al sol con el solo fin de que todos sus hijos se educaran y ella, a punta de correazos y amor, hacia que los hijos no se desviaran del camino.
Y así se acumularon los años, mas de los que cualquiera podría contar, con historias para llenar bibliotecas, una historia sin adjetivos rimbombantes ni palabras altisonantes que confundiesen.
Cuando ella se enfermo, la llevo todos los días al hospital, mientras estrujaba la fe por un milagro que curase ese cáncer que le encontraron a ella, pero que escapaba de las manos de los médicos y solo tenía espacio en las manos de un dios al que le rogaba su atención.
Le exigió al más joven de sus hijos, que estaba de novio, que adelantase la boda, ya que ella los quería dejar a todos cuidados e irse tranquila. 
Bonifacio lloraba solo en su camioneta cuando nadie lo veía, ya que llorar no es de hombres y ella lo necesitaba entero.
Fue un 15 de septiembre el que decidió irse, dejándolo desolado y con las fiestas patrias más amargas que pudiese recordar. 
Y habían pasado 2 años, pero aun la recordaba a su compañera de la vida y sus ojos le lloraban cuando se le metía algún recuerdo suyo.

No es una gran historia, es solo una contada en la oscuridad de un bus que viajaba de Santiago a Puerto Montt, ante un interlocutor desconocido y asombrado, al que sin saberlo le curaba el alma, y le dejaba un dejo de esperanza de amor en el mundo. 
Bonifacio y Dalia seguían cambiando historias sin saberlo.

Los Amantes.

"La única manera de exorcizar a una mujer, es convirtiéndola en letras" G.B. Shaw.

La amaba.
No había un segundo junto a ella donde pudiese resistir al sabor de su piel, su tacto, su perfume (que cada vez que sentía en otra, sonreía cómplice a si mismo) sus problemas, su risa, su pena, sus triunfos, sus derrotas eran su vicio, sus horas, sus minutos, sus segundos giraban en torno a esta musa incorruptible que se había adueñado de su vida con una bandera clavada en su corazón.
Él supo desde el primer día que ella era casada.
Sabia de su vida estable, feliz, con hijos maravillosos y una historia donde no cabían mas protagonismos. No fue culpa de ninguno, solo paso, como pasan los años, las estaciones, cual designo de un Júpiter travieso que decidió enviarles a estos pobres mortales un momento en el tiempo. Solo puedo imaginar las noches de el, tristes solitarias, anhelando su contacto, mientras el demonio de los celos creaba imágenes de felicidad y amor de ella en los brazos de otro.
Solo puedo imaginar como mirar desde lejos este premio y la certeza de la felicidad a unos pasos, y saber que jamas podría tocarla.
Ambos, con un dolor inconmensurable, había decidido priorizar sus falsas vidas por sus hijos, no se si es cobardía, o una nobleza gigante el renunciar a la felicidad propia por otros. Quiero darles el beneficio de a duda que es lo primero.
Pronto los textos, redes sociales y otros medios, solventaron esta inexistente fantasía, y pronto la frustración siguió a penas, peleas y otros roces que solo eran gritos ahogados de este amor contenido que al no tener válvula de escape, salia por otras emociones sacando lo peor de cada uno. Y casi sin darse cuenta, los años pasaron entre inviernos, otoños y mientras brillaba por su ausencia la primavera.
Un día, ella que brillaba por su espontaneidad. se la jugo. Lo rapto sin avisos a un fin de semana de amor en la playa.
No se describir la felicidad. Plenitud? Paz? Una emoción desbordante donde lo eterno dura un segundo? pero como todo, esta primavera de unas horas termino.
Y eso lo destruyo a nuestro protagonista, la visión del cielo y su expulsión del edén lo despedazo.
Así termino todo, trataron de volver a ser los mismos.
Pero como a todo penitente que es testigo de una epifanía, sus vidas se trastocaron de forma irremediable. El solo quedo soñando con un vamonos, y ella con un donde tu quieras.
Y así vivieron muertos de frío, sin calor en los corazones que aprendieron a vivir en la ansiedad. Mucho después, el le escribió un día, le dijo que estaba bien. Que su vida tenia sentido, que le agradecía por existir y aunque sin palabras ni decirlo, que la amaría siempre.
Ella lo agradeció con palabras de buena crianza que ocultaban emociones cataclísmicas.
El un día, y sin aviso, lo escribió para terminar de exorcizarla, mostrando una cicatriz orgullosa, que no significaba fracaso, sino amor del bueno.
Aun creo que parte de ellos siempre... odiaran estar aquí.



viernes, 22 de abril de 2016

No historia

Había una vez un no-cuento. Una no- historia. Sin moralejas o enseñanzas ni futuros felices ni menos imperecederos, donde no existen los “y vivieron felices para siempre”. Los no- cuentos no se escriben, se transcriben desde las situaciones donde se autoconstruyen sin control de autores ni de hados de destino.
Uno los ve pasar simplemente y agradece su paso, pero como todas las historias, son una sucesión de eventos con cierto orden cronológico pero sin finales posibles por lo que el transcribidor puede cortarlos donde quiera ya que siempre quedara inconcluso.
Es rudo estar frente a una no-historia, uno no sabe mucho que hacer, y menos cuando uno no es gran cosa para este tipo de historias (por llamarlos de alguna forma) y justamente es por lo azaroso de esto es que solo apareció parado en la esquina mirando ávidamente su reloj.
Miro su teléfono y sonrió pensativo. Miraba a ratos los autos fijamente y rítmicamente como en un paso pre ensayado miraba su reloj. Pronto se detuvo una enorme camioneta y él se subió de prisa. La mujer que manejaba le sonrió con esas sonrisas que nacen desde el corazón y a él se le iluminaron los ojos como un niño ante los regalos navideños.
                Un poco cauteloso, la beso tímidamente en los labios y deseo que ese segundo durara para siempre supongo. Enfilaron rápidamente hacia los sectores altos de la capital, desee que las no-historias fuesen mágicas, me volviese invisible y me arrastraran con ellos.
                Veo el vehículo perderse a lo lejos y deseo que su historia de amor se siga nutriendo, deseo que se amen con locura y que en sus años de ocaso se rían cómplices de sus locuras ya sin pasión, que hayan logrado el perdón de los perdedores y heridos de su alegría y que gracias al otro, ningún odie estar aquí. Pero como toda no- historia, una trama la hubiese hecho más efectiva, una moraleja hubiese sido un testimonio de sabiduría y el conocer a los personajes crearía a esos amigos que solo existen en las páginas y nos hacen amarlo u odiarlos como a viejos conocidos a los que se vuelven de vez en cuando. Pero claro, es una no-historia, no sabremos nada de lo anterior, solo elucubraremos destinos, hechos y frases memorables. No veremos sus ojos subrayados con las ojeras posteriores a una noche de pasión, no sabremos si se besaron para despedirse o si él la vio partir llevándose parte de su alma.

Es el problema de las no-historias, el problema de la vida que transcurre entre historias y no-historias y de esta que he capturado para que no odies estar aquí. 

Esa Mañana

Despiertas. Miras a tu lado una espalda desnuda que respira plácidamente en lo más profundo de los dominios de Morfeo y te detienes. Miras a tu alrededor mientras tus ojos heridos se tratan de acostumbrar a una insolente luz del día.
Aun tus neuronas no se conectan totalmente cuando estas tratando de recordar donde estas, el sabor agrio en tu boca y el espacio entre tus lóbulos que palpita al ritmo de sístoles y diástoles te indican que la cantidad de alcohol ingerida era suficiente para dejar contento a un país pequeño.
Miras la hora y aun es temprano, buscas a tu alrededor tu ropa y ojala tu teléfono para que el gps te indique donde estas. Curiosamente recién en ese instante te das cuenta que estas desnudo y tu compañía también lo está. Espías disimuladamente, y lo más despacio posible, bajo las sabanas para ver a tu compañía. El sol insolente entra prepotente en la pieza haciendo imposible el dormir.
Ves el cabello largo y perfecto y del mismo color que los pecados derramado sobre las almohadas, admiras esa diminuta espalda que te parece perfecta. Casi sin pensarlo te aferras a ella como un naufrago en busca de no ahogarse. Sientes los rastros de su perfume que estimulan las pocas sinapsis inconexas que quedaban. Ella ronronea, se acomoda calzando perfecto en ti y sigue durmiendo. Lamentablemente no encuentras registro, salvo unas pobres imágenes, de lo acaecido para llegar a esa espalda. Miras la habitación de colores ocre, no muy grande.
Ves recortes de diarios con noticias sin sentido, litografías de copias de cuadros imposibles. Un pequeño equipo de música y la ausencia de televisor te dice lo que la entretiene. Los libros amontonados en diferentes partes te llaman la atención y fantaseas con que sea escritora y esa noche de pasion (hasta ahora sigue no muy seguro de que así haya sido y menos que haya sido exitosa) termine en una novela imperecedera que solo tu reconocerás y sonreirás cada vez que la veas en tu cofre privado de memorias, un atrapa sueños cuelga impávido desde su techo y admiras su artesanía bella, mágica y honesta.
Un hada cuelga desde un rincón y te mira coqueta o quizá impresionada por lo ocurrido hace unas horas y de lo que no tienes mucho registro. Son varios los adornos en la habitación, pero esos son los que te llevas entre tus recuerdos.
Empiezan a pasar los minutos y te das cuenta con terror que no sabes su nombre. Te preocupa que se enoje cuando se de cuenta, miras por todas partes algún recuerdo u objeto que te de pistas de su identidad. El cabello aleonado cubre su cara, lo que te impide saber cómo son sus facciones. Solo recuerdas lo ruidoso del bar, la neblina de nicotina, y como los vasos se iban entre suspiros, la miras y ves lo indefensa que esta, su entrega y confianza hacia ti, un desconocido, la amas en ese momento por el momento perfecto.
Te levantas suavemente, recoges tu ropa y logras salir de la habitación sin ruido.
Un living espacioso y en silencio no revela ni siquiera la presencia de mascotas, terminas vistiéndote rápidamente, y siempre sin hacer ruido.
Vas al baño de visitas y te refrescas lo mejor posible.
Te asomas por última vez a la habitación y ves como ya se ha adueñado de su cama y siempre en una posición que te impide admirar sus facciones.
Sales lo más calladamente posible del departamento, y solo el click del cierre rompe el silencio. Caminas relajado hacia al ascensor preguntándote por esa mujer misteriosa y tu sensación urgente de huir. Miras con nostalgia su puerta pensando en ese momento perfecto que te sentiste a salvo.

                Piensas con pena en los besos que no tendrás por no saber decir: “te necesito”, como dice Sabina. Pero la vida continuara, como dice la canción, como todas las cosas que no tienen mucho sentido. Por amarla gracias a ese momento perfecto, ya no odiaras estar aquí.

Como bolero sufrido

 “El pobre perdió la cabeza por culpa de una mujer” dijo mi madre. Me soltó esto a quemarropa, como quien habla del clima, como si no tuviera conciencia de la gravedad fantástica de sus palabras, esto, cuando le pregunté por ese señor sentado en la mitad de la acera y la mirada fija en la nada, dejando la sensación que su único nexo con este plano era el fuerte olor que expedía junto a los retazos de tonos tristes que lo cubrían y parecían nacer del cemento caliente.
- “Ese pobre Manuel esta así por no ir al colegio (otra de esas bizarras e inútiles lecciones de vida con las que atacan los adultos)  y porque una mujer le hizo perder la cabeza” continuó en el mismo tono.
Aún hoy, siento sorpresa al pensar en la segunda parte de esa frase, tanto por la obviedad de que aún tenía puesta la cabeza, y que las niñas junto a las mujeres, eran sólo seres sin gracia que no sabían jugar a nada, no se les podía pegar y producían extrañas sensaciones que aún hoy no entiendo muy bien. De todos los miembros de esa raza misteriosa, el único representante interesante era mi Mamá, pero que con este tipo de declaraciones me hacían dudar de su sano juicio.
Sin querer alejarme y volviendo a la figura que despertaba mi curiosidad, la leyenda decía que este hombre descabezado escondía un cuchillo descomunal con el que destripaba a quien osara mirarlo de alguna forma que no le agradara, y a veces, incluso por puro placer. De hecho se convirtió en figura recurrente de pesadillas, las que sólo logré exorcizar lanzando de mala manera estas letras sobre el teclado.
En uno de mis recuerdos mentirosos lo veo de gigantes proporciones, largas e impenetrable barba gris, como un reverso sin technicolor del viejo pascuero, carente del aspecto bonachón, y con dos piedras grises por ojos que explotaban cosas con solo proponérselo. No fue hasta la época en que ya se había desvanecido su fantasma que supe su historia.
 Repollo, así lo llamábamos los niños sin saber por qué, pero que parecía un nombre más justo que Manuel, había llegado de niño al pueblo junto a su madre, una mujer pequeña de silencios eternos y tez morena autóctona, coronada con largos cabellos decolorados de tanto pensar. Llegaron con la primavera, pero lejos de la actitud alegre de la estación, una comadre les había contado que estaba buena la pega por estos lados  y que estaba más o menos cerca Santiago, lo que era muy bueno ya que era donde vivían sus hermanas. Así que sin dudarlo, pero sin ningún sentido de aventura, agarró a su cabro chico, dejando a un marido cruel que los golpeaba con mayor o menor intensidad según el clima y que se dio cuenta de que ya no tenía familia, sólo cuando gritó que alguien comprara vino.
Repollo junto a su Madre, hicieron un viaje de varias horas hasta llegar a este sitio de campos eternos y simpleza de vida. Pronto averiguaron que cerca de la cancha de fútbol arrendaban unas piezas, las que a su vez estaban cerca de algunos de los campos donde se podía trabajar. Ignorantes de comodidades, empezaron construyéndose un pasar con la poca plata que ganaba ella como cocinera, mientras él era iniciado en los misterios jamás desentrañados del silabario de misía Irisita, la dueña de la casa donde su madre trabajaba. Los veranos pronto dieron paso a los otoños, inviernos, ocasionales primaveras y los años se acumularon demasiado, antes que cualquiera se diera cuenta. Sin jamás siquiera leer su nombre, se empezó a convertir en adulto entre podas de árboles, cosechas, partidos de fútbol y tinajas de vino que reemplazaban el agua en casi todo momento.
Pronto sus compañeros de trabajo advirtieron que el pelo ya empezaba a salpicar su cara, como testimonio que sus intereses estaban cada vez más cerca de las faldas.
Fue así como un día cualquiera y tras el pago del jornal, lo invitaron donde la Rosa Caliente. Se asustó un poco con lo de la invitación, ya que su madre le había asegurado la entrada al infierno por sólo pensar en visitar lupanares y porque los rumores de lo que allá ocurría eran siempre exagerados y confusos.
El local de la Mama Rosa o Rosa Caliente como la llamaban a sus espaldas, era un local de mala muerte y alegre vida no muy lejos de la calle principal del incipiente pueblo. De rojo apasionado en su fachada y herméticas puertas de madera que impedían toda posibilidad de saber los delirios nocturnos de su interior. Regentado con mano dura y corazón de oro por la Mama Rosa, era un lugar donde las penas  habían sido desterradas en su inauguración mediante conjuros, bailes y alcohol sin santificar.
La Mama Rosa era una mujer grande con cara estucada y pintura circenses, de carácter fuerte, famosa por sus amores tempestuosos, públicos y breves. De pelo rojo químico y labios finos de rubí, tenia una maravillosa sonrisa incompleta y poseedora de palabra fácil. Dueña de todos los sueños de sus protegidas y de las historias sin moralejas que ocurriesen en toda la provincia. Víctima del mal congénito de no dormir jamás, decidió hacer de la noche su reino donde sus súbditos iban desde autoridades rimbombantes hasta el peones de potrero, los que secaban su piel en el surco para arrendar unas horas de afecto físico. La sensualidad de Mama Rosa no murió ni con los disparos que la experiencia y el tiempo le dejaron en la piel, ni las tristezas novelescas que aparecían cada tanto.
Este era el único local de muchachas de la zona, las que curaban de virginidad a los primerizos y beatos, apagaban el calor de bajo vientre de los solitarios y eran compañía de maridos solteros. Todas eran cuidadas tiernamente por Mama Rosa, a ninguna le faltaba su lugar caliente para dormir o alguna de las necesidades básicas con las que pudieran contar. Poblado con innumerables huachos, el local tenía un pequeño ejército de mozos y guardias que jamás permitieron que a nadie le fuera faltado el respeto. La noche en cuestión, lo habían obligado a ir a punta de empujones y bromas al mentado local, aunque no fuera realmente no era desgana sino el miedo el que le impedía ir, era como si  tuviese un presentimiento de lo que iba a pasar. Una vocecilla callada que resonaba en su cabeza con alarmas de malos pronósticos, pero como nunca la había tenido que escuchar, ese dia simplemente la ignoro. La noche que lo llevaron por primera vez,  tocaban boleros sufridos las guitarras con hambre y el bullicio de fiesta era sólo interrumpida por discusiones amigables que alzaban la voz por el ruido feliz.
Una de estas santas magdalenas se alzaba sobre las demás. Su nombre era Inmaculada.
Inmaculada, junto a la ironia de su nombre, era la más graciosa y querida de todos, la joya del local, de tiernos años sin contar y experiencia de veterana de guerra. De proporciones pequeñas, ojos ocre y cubierta por una piel de porcelana teñida. Compensaba su pequeño tamaño con su risa antediluviana y humor inquebrantable.
Cuando Repollo se dio cuenta que ella estaba mirándolo fijamente desde el fondo de la taberna, se creyó morir. A ratos la miraba y ella sonreía, mientras era cortejada por los borrachos y los tristes que mendigaban un poco del cariño en venta. De pronto levantó desde su rincón sonriéndole y avanzó caminando con ritmo caribeño hacia su sitio. Coqueta y sonriente, con las manos en donde terminaba su pollera y empezaba una blusa sorprendente de color verde olivo que mostraba lo necesario para causar emoción.
– Pa mí que este es pajarito nuevo.- rió.- Haber mocoso, ¿que andái haciendo por estos lados?- le dijo. Meneaba sus herramientas de trabajo y se le plantaba al frente mirándolo divertida. El trató de concentrarse en los colores sucios y detalles inexistentes del suelo con la esperanza de que ella se iría si no mostraba interés.
- Vine a tomarme unos vinos con los cabros.- contestó quebradamente con la seguridad diluida en un hilo de voz, mientras ella calculaba en cuanto irían sus escuetas finanzas.
Lo tomó de la mano con la firmeza de que no aceptaría un no, y lo guió a una de las piezas armadas precariamente tras la taberna, mientras sus compañeros aullaban eufóricos consejos impropios y físicamente imposibles.
- Haber que es lo que traes cabrito.- le dijo tocándole desfachatadamente una vez encerrados, lo tocó como ni él lo había hecho y mientras la dejaba hacer, se le empezó a hinchar el pudor y cayó en cuenta que iba a hacer lo que tanto comentaban los demás.
Tratando de parecer más experto la abrazó con fuerza a la altura del cuello, y tras unos movimientos, sintió morirse la conciencia del tiempo y nuevos sentimientos explotaron en su corazón sin uso. Se alejó ensopado de ella mientras la miraba desilusionado de lo efímero de su debut. Buscó, nuevamente y avergonzado, el suelo con la mirada y murmuró una disculpa por el pobre desempeño, rastrojeo unos pesos en el bolsillo para pagar el cariño recibido y su pase a la hombría.
- No te preocupí cabrito. Es normal que vayas cortina tan rápido en la primera.- dijo mientras liaba un pucho y volvía a toquetearlo sabiamente buscando despertar lo recién fenecido.- La primera te la regalo, ahora le tení que poner empeño.-
Así fue esa primera noche de amar y amar, mientras aprendía nuevos usos a su cuerpo y su sueldo desaparecía aprendiendo a morirse entre lágrimas y sudor.
Pronto se hizo asiduo, semana a semana, y algunas veces hasta tres veces a la semana, de ese olor a humo mezclado con humedad, del que se había vuelto un adicto. Pagaba contento lo que le pidieran, convencido que no pagaba nada para lo que recibía. Incluso cuando falleció su madre se fue a pasar las penas entre sus piernas, mientras se decía a sí mismo entre sollozos que no podía haber nada más rico y lo mucho que extrañaría a su vieja. Pasaron dos años en este ritmo desenfrenado sin fallar nunca, entre bromas de espera al casorio de la Mama Rosa que usufructuaba de este amor sincero y mientras nuevamente el otoño seguía al invierno y la primavera se hizo más larga que nunca.
Pero siempre llega el invierno, y este empezó cuando una tarde no encontró a la Inmaculada por ningún lado. Esperó pacientemente por si hubiera perdido el turno y estuviese con otro. Si hubiera sabido de la existencia de las horas y los minutos habría sabido de lo mucho que estuvo sentado en ese sitio antes que lo echaran porque era la hora de la dormir y había que descansar la mercadería. Salió perplejo por lo raro de todo esto y decidió volver esa misma noche, quizá mostraria un poco celoso para que a la Inmaculada le quedara claro, que al menos para él, esto no era algo solamente comercial. Cuando pasaron 4 noches sin saber de ella y por culpa de su timidez de santo, hizo el titánico esfuerzo de preguntarle a uno de los huachos por la Inmaculada.
- Se fue - dijo el niño ignorándolo perpetuamente, mientras nuestro héroe trataba de entender el misterio de lo revelado y buscando un asidero por este embate de la vida. Le hizo la guardia a Mama Rosa que había partido a visitar unos parientes por allá cerca de Yumbel. La esperó dos semanas de 7 a 11, antes y pasado el meridiano, mientras su única compañía eran los sístoles y diástoles que marcaban una canción macabra en su corazón. Esperó en la entrada, mientras preguntaba mecánicamente cada dos horas si se sabía de la Inmaculada o si Mama Rosa había avisado cuando llegaba.
Cuando al fin regresó de su viaje la Mama Rosa, lo hizo llena de cajas, verduras, un par de animalitos y una actitud de turista ausente por mucho tiempo, pero no la dejó ni siquiera instalarse para preguntarle si sabía de la Inmaculada.
- Pucha Cabro, no alcanzó a despedirse, renunció para volver donde su parentela allá en el sur. Parece que tenía a su Taita enfermo y con la plata que juntó con su merced, le alcanzaba para parar la casa un tiempo y poder dejar esta pega de alegrías ajenas.-
- ¿No sabe Ud. por donde sería eso?- le preguntó entre dientes mientras empezaba a adoptar ese modo de hablar que se hizo más enredado con las años y muy confuso hacia el final. Ante la enésima negativa de no conocer su paradero y finalmente siendo expulsado de este edén por el acoso, empezó a sentir como se llenaba su cabeza de una presión desconocida.
Se quedó un momento parado mirando la puerta del local tras la última negativa y empezó, de pronto, a correr. Corrió como alma que llevaba el diablo, como si huyendo de esa casa de placeres pudiera el dolor quedar encerrado ahí, junto a los suspiros y las sabanas húmedas.
Cuando finalmente cansado de correr se sentó contra una pared, lloró. Lloró entre gritos y mocos por su Taita desconocido que sólo había dejado cicatrices físicas en recuerdo, por su madre que no había dejado huella sino sólo timidez genética, lloró aún más por sí mismo y por esta soledad fruto de su racha de amor, pero por lo que más lloró fue por esa hija de mala madre que se había mandado a cambiar sin dejarle una seña de donde buscarla.
            Lagrimeó sentado en el mismo sitio por semanas hasta que perdió el trabajo y la casa. Siguió llorando hasta que se le acabaron las lágrimas, aunque igual continúo haciéndolo por mucho tiempo más solo en su mente. Y así fue como se encontró en otro plano, donde cambiarse de ropa o un baño eran las costumbres incomprensibles de seres terrenales y la realidad se definía por el clima y la temperatura. Su historia se hizo famosa sin detalles y sólo quedó esa aura de moraleja triste con la que se construyó su leyenda.

            Cuando con los años descubrí esta historia, y ya sin viajar en naves espaciales de madera, recorrí nuevamente las calles en su búsqueda, esperando encontrármelo en alguna esquina, ignorante de que la muerte ya se lo había llevado. Esperaba, al menos, encontrarme con su recuerdo mientras sus ojos de piedras grises estuvieran perdidos en el horizonte buscando incesantemente, sin recodar a que se refería exactamente, algo que alguna vez se llamó Inmaculada.