sábado, 13 de agosto de 2016

El Espejo Mágico (Cuento revisado)

         Había sido un lunes como todos, un lunes con sabor a desgano, a recuerdos del fin de semana, que ya sea por noches sudorosas con desconocidas, amantes perennes o un borrachera de carácter histórico se hace uno con el desgano de tus compañeros por el inicio de la semana laboral. Donde el trabajo a media máquina es una tradición republicana, para acostumbrar el cuerpo, dicen y ante la conciencia cósmica que queda el resto de la semana. Para él, por el contrario, su día fue dedicarse con esmero al trabajo, almorzar su usual ensalada con carnes de los lunes (siempre los lunes, jamás un martes, ahí le tocaba pastas), y producir eficientemente para que nadie lo note. El día transcurrió como siempre, la salida fue más tarde que los demás (como siempre) por lo que ya oscurecía cuando enfiló hacia su hábitat arrendado.
         La noche empezó a caer sobre una ciudad somnolienta, el frio cortante que cala huesos e incómoda almas comenzó a cubrir con su aliento todos los recovecos de lo material e inmaterial con su frío estacional. El eco le contestaba a sus pasos por la calle solitaria, mientras faroles bizcos y tuertos iluminan malamente el trayecto congelado y solo. Sabe exactamente lo que ocurrirá al llegar a su casa como siempre, llegara a preparar algo de comer sencillo, ojala sin esfuerzo, que solo de por cumplido el ritual de comer, tratando de hacer lo más corto posible el tedioso proceso de irse a dormir. Planchará una de sus camisas colgadas, como siempre, de forma eterna en su baño y tras mirar televisión, encenderá su último cigarrillo para intentar caer, sin éxito total, en los mundos de ensueño que traen paz y pesadillas a nuestra psique.
Y así, mientras enumera mentalmente sus actividades de mañana martes y piensa en cómo descolgarse de invitaciones de carácter social que le llegan, es cuando ve, caminando en dirección contraria, al vendedor de espejos. Pronto pudo apreciar a un hombre pequeño, de ropas abrigadas y paso cansino, con un gran bulto entre sus manos, el que llevaba cansado y pareciera amarrado a su vida. Es un hombre pequeño de cabellos decolorados, bigote de astro de cine y la cara surcada de innumerables arrugas experimentadas, las que reflejan una vida de penas y alegrías disfrutadas sin fin. Su sonrisa de dientes intermitentes no lo afeaban, solo lo hacían feliz y eterno.
         Era una esquina oscura cualquiera, su bulto cansado, estaba envuelto en un paño de color indefinible, y su gran tamaño, daban pistas de la fuerza hercúlea del anciano.
- Es un espejo mágico, caballero- soltó, sin mediar aviso y descubriendo el enorme bulto que cargaba, al pasar a su lado. La repentina frase lo hizo saltar. En parte porque justo iba pensando en lo parecida de la calle al comienzo de la película “El Exorcista”, y en parte por la sorpresiva ruptura de un silencio envolvente. No lo asustó totalmente, hacía rato lo miraba caminar hacia él.
- ¿Mágico?- Sonrío, pensando en que quizá solo se quería reír un rato o estaba ante el nacimiento de una original técnica de venta.
- Refleja nuestra verdad más profunda- contestó con solemnidad de clérigo.
         Nuestro héroe se detuvo un momento a observarlo detenidamente mientras buscaba la trampa, aunque si la hubiera, era poco probable que un hombrecito tan pequeño fuera capaz de asaltarlo o algo por el estilo. Le pidió una demostración.
- Mire...- Dijo descubriéndolo un poco más.
El espejo, en el que no había reparado hasta ese momento, era más grande de lo que pensó antes, era antiguo, de esos coloniales que adornaban paredes de las casas de apellidos vinosos. Su enorme marco dorado de metal misterioso, estaba lleno de relieves y dibujos disueltos, gastados e inentendibles y cuyo significado se había perdido hace demasiados inviernos.
         Miro dentro del reflejo escéptico, y solo se veía su cara de curiosidad tempestuosa, que al momento pasó a ser sólo un ceño fruncido...
- ¿Y?, eso lo veo en todos los espejos...-
- Le hablé de que este era especial caballero, este refleja nuestra verdad más profunda… en su caso… que no puede escapar de Ud. mismo...-
         Lo miro a los ojos buscando la burla, pero el anciano seguía con su aura solemne, mientras lo miraba fijamente. Le sonrió, pero esta vez de mala gana y con desgano lo obsequio con una moneda para celebrar su imaginación. El Vendedor de espejos le regaló una sonrisa picara y con un guiño empezó a continuar su camino.  Mientras lo miraba alejarse, lo primero que se preguntó era si otra persona vería algo más. Inmediatamente le causo gracia su estupidez y decidió olvidar lo ocurrido ante lo inútil y absurdo del episodio.
         De todos modos no pudo evitar en esa “verdad” recién descubierta y se volvió a mirar cómo se alejaba el extraño vendedor, que hablaba solo y en voz alta sobre los males de la economía aplicada por el gobierno de turno y como estas malas decisiones habían afectado sus finanzas, mientras amenazaba a dichas autoridades que parecían flotaban a su alrededor.
-..No puede escapar de Ud. mismo...- sonó de nuevo en su cabeza sintiendo como la temperatura bajaba aun mas de pronto y aceleró el paso hacia el lugar donde tomaba el bus, mientras volvía a pensar en dejar atrás el reflejo del espejo.
         Al llegar, y mientras la voz seguía resonando, olvidó su rutina estructurada, se fue a cama sin comer, y pronto se hundió en un sueño intranquilo, donde casas de espejo, sonrisas incompletas y un desconocido con su rostro flotan a su alrededor. El despertador sonó puntual a la hora de siempre, y fue en ese momento que noto que aun era lunes, si bien su teléfono, calendario, y las noticias hablaban de un martes otoñal, en su corazón sabía que era lunes.
         Un poco descolocado pensó en prepararse un plato de legumbres, como era su costumbre los martes, pero la certeza de que era lunes, no le dejó otra que volver a preparar un plato de ensaladas. Con gran incomodidad uso la camisa de los martes, y salió atrasado, cosa que no era como siempre, a tomar su bus de siempre que lo dejaría a unas cuantas cuadras de su trabajo de siempre.
         Intento hacer su rutina diaria de dirigirse al trabajo, pero dobló en una esquina que no era la de siempre, y eso descolocó su sentido de orientación, alejándolo de su camino de siempre. Nuevamente en su cerebro aparecieron las palabras del vendedor de espejos y se vio como caminaba solo entre medio de la multitud apurada. En ese instante se dio cuenta que ese martes (que él sabía que era lunes) nada era como siempre. Se sentía agobiado, cansado, incómodo por la ruptura de su ritual, seguía recurrente el recuerdo de las palabras del viejo y el reflejo del espejo como astilla mental que lo molestaba y no lograba sacarse.
De pronto,  la idea de que era prisionero de sí mismo, le hizo sentir un escozor en el alma. Apuro el paso, no muy seguro de donde se dirigía, en el suelo, una gitana que juega con sus cartas para aventurar como será su día de trabajo, se asusta cuando todas salen en blanco al pasar el. Un borracho se siente sobrio de golpe cuando se cruza con este hombre de mirada afiebrada que busca una explicación en el aire del porque ese martes parecía lunes y nada era como siempre. Pudo percibir esas señales, se asustó. Miro hacia todos lados, y se sintió descubierto en falta, y apuró aun más el paso, en dirección contraria a la calle de siempre. Su miedo ya se reflejaba en su respiración y se dio cuenta que sudaba como maratonista, mirando a ratos hacia atrás con la sensación de que lo perseguía lo inevitable y que al atraparlo, nada sería como siempre.
         Casi sin caer en cuenta se encontró frente a una tienda de antigüedades, se sorprendió ya que no recordaba haberla visto, y jamás lo había hecho, aun cuando no se percataba que no se dirigía a su oficina como siempre. Nuevamente, y lejos de su costumbre habitual, quizá impulsado por una fuerza desconocida, entró.
         Miro al dueño que le pareció familiar con su bigote de astro de cine y cabellos decolorados, el que le sonrió impecable e invito a pasar sin palabras, casi sin decidirlo se vio en su interior mirando cosas que no necesita, cuando sin aviso, estaba en un rincón el espejo esperándolo.
         Miro nuevamente el reflejo, pero esta vez el espejo estaba roto y solo veía por partes a su yo desaliñado, cansado y triste. Miro nuevamente al extrañamente sonriente vendedor y ahí entendió que podía ser perfectamente el gemelo del vendedor de espejos. El gemelo del vendedor empezó a reír a carcajadas sin motivo, lo que solo le causó miedo y huyo rápidamente del lugar, acelerando inútilmente el paso, como si así pudiese huir de esa escena de pesadilla.
         El vendedor de espejos miró un rato la puerta abierta, y con ademan cansado, se dirigió al espejo, que ahora se encontraba intacto, sacudió un poco de polvo imaginario y lo colgó sonriente en una muralla. Volvió a tomar asiento mientras algunas risitas se le escapaban y el reflejo del cliente que había huido asustado seguía ahí triste e inconsolable.

Sueño.

Abro los ojos. Veo su espalda desnuda y perfecta y me aferro a ella. Hundo mi cara en su maraña de cabello que emula a la noche y aspiro su olor. Siento que me invade y llena.
No me pregunten cómo, ya que por la posición no veo su cara, pero sé que sonríe incluso antes de pegarse a mí.
Me saluda con voz trasnochada y me pregunta como dormí. No le contesto. Solo la abrazo más fuerte.
¿Una mañanera goloso? Me pregunta coqueta y solo atino a besarla. No entiendo el porqué de mi melancolía, pero sentí que la extrañaba. Hace el ademán de levantarse y casi la retengo. Me dice que va por mi café para que reviva.
Miro a mí alrededor y miro nuestra habitación. Reconozco todo y nada al mismo tiempo. Miro por el ventanal y veo nuestro jardín y hacia el fondo el final de la parcela. Sonrío. La vida es buena.
Me invade una enorme alegría.
Salto de la cama y empiezo a recorrer habitaciones despertando al resto de la familia. Martin me grita que lo deje dormir y Tomas ya está en pie y jugando sus videojuegos… le pido que salga a tomar aire y lleve a sus hermanos. Le pregunto si desayuno y si quiere algo. Me ignora y solo inclina su cabeza a un bol medio vacío con restos de leche y cereal.
Camino hasta el otro extremo de la casa hacia la cocina donde se que debe estar haciendo el café.
Es sábado y sé que se viene la pelea por cocinar, pero ya lo hace de lunes a viernes y además es algo que a mí me encanta.
Inventare algo especial para hoy.
Salgo al antejardín y saludo a los perros. Tomo aire y nota mental que debo regar el jardín y quizá trabajar en uno de mis cuadros o quizá algún cuento. No pensare en la agencia y me mantendré alejado del correo electrónico.
El aire frio me revitaliza y escucho como una de las niñas me grita que no puedo andar por el jardín solo en pantaloncillos. Que disfruten la vista grito de vuelta. Escucho risas.
Pienso en si ir temprano de compras al supermercado cuando miro mi teléfono por si hubieren llamadas perdidas o algo. Vuelvo a la habitación y la veo sonriente sentada con una bandeja y dos tazas de café.
Me mira alegre y me muestra el libro “Travesuras de niña mala” de Vargas Llosa. Me pregunta si es el que me regalo cuando pololeábamos y le asiento con una sonrisa de oreja a oreja. De pronto suena un ruido fuerte y busco con la mirada en la habitación de donde viene. Abro los ojos. Estiro la mano buscando el fono para apagar la alarma y la meto en el cenicero lleno de colillas.
Me incorporo lenta y pesadamente. Suspiro cansado y miro la habitación silenciosa.
Miro mi cama vacía y siento que algo me falta.
Me levanto lentamente para ir al baño y me tropiezo con el vaso donde me tome unos tragos anoche para dormir mejor.
Me miro al espejo y miro mi rostro cansado. Es sábado. No me tocan los niños.
Podría dormir hasta más tarde pero solo me daré vueltas en la cama pensando en que hare con mi día. Un cigarrillo y un café son mi desayuno de campeones.

El día esta gris y decido recostarme a enviar correos y trabajar. No es mucho lo que hare hoy. De pronto recuerdo que soñaba y algo sobre una bella sonrisa. Se me aprieta inexplicablemente el pecho, mientras la sonrisa se desvanece y trato de obligarme a pensar otras cosas.