sábado, 13 de agosto de 2016

Sueño.

Abro los ojos. Veo su espalda desnuda y perfecta y me aferro a ella. Hundo mi cara en su maraña de cabello que emula a la noche y aspiro su olor. Siento que me invade y llena.
No me pregunten cómo, ya que por la posición no veo su cara, pero sé que sonríe incluso antes de pegarse a mí.
Me saluda con voz trasnochada y me pregunta como dormí. No le contesto. Solo la abrazo más fuerte.
¿Una mañanera goloso? Me pregunta coqueta y solo atino a besarla. No entiendo el porqué de mi melancolía, pero sentí que la extrañaba. Hace el ademán de levantarse y casi la retengo. Me dice que va por mi café para que reviva.
Miro a mí alrededor y miro nuestra habitación. Reconozco todo y nada al mismo tiempo. Miro por el ventanal y veo nuestro jardín y hacia el fondo el final de la parcela. Sonrío. La vida es buena.
Me invade una enorme alegría.
Salto de la cama y empiezo a recorrer habitaciones despertando al resto de la familia. Martin me grita que lo deje dormir y Tomas ya está en pie y jugando sus videojuegos… le pido que salga a tomar aire y lleve a sus hermanos. Le pregunto si desayuno y si quiere algo. Me ignora y solo inclina su cabeza a un bol medio vacío con restos de leche y cereal.
Camino hasta el otro extremo de la casa hacia la cocina donde se que debe estar haciendo el café.
Es sábado y sé que se viene la pelea por cocinar, pero ya lo hace de lunes a viernes y además es algo que a mí me encanta.
Inventare algo especial para hoy.
Salgo al antejardín y saludo a los perros. Tomo aire y nota mental que debo regar el jardín y quizá trabajar en uno de mis cuadros o quizá algún cuento. No pensare en la agencia y me mantendré alejado del correo electrónico.
El aire frio me revitaliza y escucho como una de las niñas me grita que no puedo andar por el jardín solo en pantaloncillos. Que disfruten la vista grito de vuelta. Escucho risas.
Pienso en si ir temprano de compras al supermercado cuando miro mi teléfono por si hubieren llamadas perdidas o algo. Vuelvo a la habitación y la veo sonriente sentada con una bandeja y dos tazas de café.
Me mira alegre y me muestra el libro “Travesuras de niña mala” de Vargas Llosa. Me pregunta si es el que me regalo cuando pololeábamos y le asiento con una sonrisa de oreja a oreja. De pronto suena un ruido fuerte y busco con la mirada en la habitación de donde viene. Abro los ojos. Estiro la mano buscando el fono para apagar la alarma y la meto en el cenicero lleno de colillas.
Me incorporo lenta y pesadamente. Suspiro cansado y miro la habitación silenciosa.
Miro mi cama vacía y siento que algo me falta.
Me levanto lentamente para ir al baño y me tropiezo con el vaso donde me tome unos tragos anoche para dormir mejor.
Me miro al espejo y miro mi rostro cansado. Es sábado. No me tocan los niños.
Podría dormir hasta más tarde pero solo me daré vueltas en la cama pensando en que hare con mi día. Un cigarrillo y un café son mi desayuno de campeones.

El día esta gris y decido recostarme a enviar correos y trabajar. No es mucho lo que hare hoy. De pronto recuerdo que soñaba y algo sobre una bella sonrisa. Se me aprieta inexplicablemente el pecho, mientras la sonrisa se desvanece y trato de obligarme a pensar otras cosas.

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