viernes, 22 de abril de 2016

Como bolero sufrido

 “El pobre perdió la cabeza por culpa de una mujer” dijo mi madre. Me soltó esto a quemarropa, como quien habla del clima, como si no tuviera conciencia de la gravedad fantástica de sus palabras, esto, cuando le pregunté por ese señor sentado en la mitad de la acera y la mirada fija en la nada, dejando la sensación que su único nexo con este plano era el fuerte olor que expedía junto a los retazos de tonos tristes que lo cubrían y parecían nacer del cemento caliente.
- “Ese pobre Manuel esta así por no ir al colegio (otra de esas bizarras e inútiles lecciones de vida con las que atacan los adultos)  y porque una mujer le hizo perder la cabeza” continuó en el mismo tono.
Aún hoy, siento sorpresa al pensar en la segunda parte de esa frase, tanto por la obviedad de que aún tenía puesta la cabeza, y que las niñas junto a las mujeres, eran sólo seres sin gracia que no sabían jugar a nada, no se les podía pegar y producían extrañas sensaciones que aún hoy no entiendo muy bien. De todos los miembros de esa raza misteriosa, el único representante interesante era mi Mamá, pero que con este tipo de declaraciones me hacían dudar de su sano juicio.
Sin querer alejarme y volviendo a la figura que despertaba mi curiosidad, la leyenda decía que este hombre descabezado escondía un cuchillo descomunal con el que destripaba a quien osara mirarlo de alguna forma que no le agradara, y a veces, incluso por puro placer. De hecho se convirtió en figura recurrente de pesadillas, las que sólo logré exorcizar lanzando de mala manera estas letras sobre el teclado.
En uno de mis recuerdos mentirosos lo veo de gigantes proporciones, largas e impenetrable barba gris, como un reverso sin technicolor del viejo pascuero, carente del aspecto bonachón, y con dos piedras grises por ojos que explotaban cosas con solo proponérselo. No fue hasta la época en que ya se había desvanecido su fantasma que supe su historia.
 Repollo, así lo llamábamos los niños sin saber por qué, pero que parecía un nombre más justo que Manuel, había llegado de niño al pueblo junto a su madre, una mujer pequeña de silencios eternos y tez morena autóctona, coronada con largos cabellos decolorados de tanto pensar. Llegaron con la primavera, pero lejos de la actitud alegre de la estación, una comadre les había contado que estaba buena la pega por estos lados  y que estaba más o menos cerca Santiago, lo que era muy bueno ya que era donde vivían sus hermanas. Así que sin dudarlo, pero sin ningún sentido de aventura, agarró a su cabro chico, dejando a un marido cruel que los golpeaba con mayor o menor intensidad según el clima y que se dio cuenta de que ya no tenía familia, sólo cuando gritó que alguien comprara vino.
Repollo junto a su Madre, hicieron un viaje de varias horas hasta llegar a este sitio de campos eternos y simpleza de vida. Pronto averiguaron que cerca de la cancha de fútbol arrendaban unas piezas, las que a su vez estaban cerca de algunos de los campos donde se podía trabajar. Ignorantes de comodidades, empezaron construyéndose un pasar con la poca plata que ganaba ella como cocinera, mientras él era iniciado en los misterios jamás desentrañados del silabario de misía Irisita, la dueña de la casa donde su madre trabajaba. Los veranos pronto dieron paso a los otoños, inviernos, ocasionales primaveras y los años se acumularon demasiado, antes que cualquiera se diera cuenta. Sin jamás siquiera leer su nombre, se empezó a convertir en adulto entre podas de árboles, cosechas, partidos de fútbol y tinajas de vino que reemplazaban el agua en casi todo momento.
Pronto sus compañeros de trabajo advirtieron que el pelo ya empezaba a salpicar su cara, como testimonio que sus intereses estaban cada vez más cerca de las faldas.
Fue así como un día cualquiera y tras el pago del jornal, lo invitaron donde la Rosa Caliente. Se asustó un poco con lo de la invitación, ya que su madre le había asegurado la entrada al infierno por sólo pensar en visitar lupanares y porque los rumores de lo que allá ocurría eran siempre exagerados y confusos.
El local de la Mama Rosa o Rosa Caliente como la llamaban a sus espaldas, era un local de mala muerte y alegre vida no muy lejos de la calle principal del incipiente pueblo. De rojo apasionado en su fachada y herméticas puertas de madera que impedían toda posibilidad de saber los delirios nocturnos de su interior. Regentado con mano dura y corazón de oro por la Mama Rosa, era un lugar donde las penas  habían sido desterradas en su inauguración mediante conjuros, bailes y alcohol sin santificar.
La Mama Rosa era una mujer grande con cara estucada y pintura circenses, de carácter fuerte, famosa por sus amores tempestuosos, públicos y breves. De pelo rojo químico y labios finos de rubí, tenia una maravillosa sonrisa incompleta y poseedora de palabra fácil. Dueña de todos los sueños de sus protegidas y de las historias sin moralejas que ocurriesen en toda la provincia. Víctima del mal congénito de no dormir jamás, decidió hacer de la noche su reino donde sus súbditos iban desde autoridades rimbombantes hasta el peones de potrero, los que secaban su piel en el surco para arrendar unas horas de afecto físico. La sensualidad de Mama Rosa no murió ni con los disparos que la experiencia y el tiempo le dejaron en la piel, ni las tristezas novelescas que aparecían cada tanto.
Este era el único local de muchachas de la zona, las que curaban de virginidad a los primerizos y beatos, apagaban el calor de bajo vientre de los solitarios y eran compañía de maridos solteros. Todas eran cuidadas tiernamente por Mama Rosa, a ninguna le faltaba su lugar caliente para dormir o alguna de las necesidades básicas con las que pudieran contar. Poblado con innumerables huachos, el local tenía un pequeño ejército de mozos y guardias que jamás permitieron que a nadie le fuera faltado el respeto. La noche en cuestión, lo habían obligado a ir a punta de empujones y bromas al mentado local, aunque no fuera realmente no era desgana sino el miedo el que le impedía ir, era como si  tuviese un presentimiento de lo que iba a pasar. Una vocecilla callada que resonaba en su cabeza con alarmas de malos pronósticos, pero como nunca la había tenido que escuchar, ese dia simplemente la ignoro. La noche que lo llevaron por primera vez,  tocaban boleros sufridos las guitarras con hambre y el bullicio de fiesta era sólo interrumpida por discusiones amigables que alzaban la voz por el ruido feliz.
Una de estas santas magdalenas se alzaba sobre las demás. Su nombre era Inmaculada.
Inmaculada, junto a la ironia de su nombre, era la más graciosa y querida de todos, la joya del local, de tiernos años sin contar y experiencia de veterana de guerra. De proporciones pequeñas, ojos ocre y cubierta por una piel de porcelana teñida. Compensaba su pequeño tamaño con su risa antediluviana y humor inquebrantable.
Cuando Repollo se dio cuenta que ella estaba mirándolo fijamente desde el fondo de la taberna, se creyó morir. A ratos la miraba y ella sonreía, mientras era cortejada por los borrachos y los tristes que mendigaban un poco del cariño en venta. De pronto levantó desde su rincón sonriéndole y avanzó caminando con ritmo caribeño hacia su sitio. Coqueta y sonriente, con las manos en donde terminaba su pollera y empezaba una blusa sorprendente de color verde olivo que mostraba lo necesario para causar emoción.
– Pa mí que este es pajarito nuevo.- rió.- Haber mocoso, ¿que andái haciendo por estos lados?- le dijo. Meneaba sus herramientas de trabajo y se le plantaba al frente mirándolo divertida. El trató de concentrarse en los colores sucios y detalles inexistentes del suelo con la esperanza de que ella se iría si no mostraba interés.
- Vine a tomarme unos vinos con los cabros.- contestó quebradamente con la seguridad diluida en un hilo de voz, mientras ella calculaba en cuanto irían sus escuetas finanzas.
Lo tomó de la mano con la firmeza de que no aceptaría un no, y lo guió a una de las piezas armadas precariamente tras la taberna, mientras sus compañeros aullaban eufóricos consejos impropios y físicamente imposibles.
- Haber que es lo que traes cabrito.- le dijo tocándole desfachatadamente una vez encerrados, lo tocó como ni él lo había hecho y mientras la dejaba hacer, se le empezó a hinchar el pudor y cayó en cuenta que iba a hacer lo que tanto comentaban los demás.
Tratando de parecer más experto la abrazó con fuerza a la altura del cuello, y tras unos movimientos, sintió morirse la conciencia del tiempo y nuevos sentimientos explotaron en su corazón sin uso. Se alejó ensopado de ella mientras la miraba desilusionado de lo efímero de su debut. Buscó, nuevamente y avergonzado, el suelo con la mirada y murmuró una disculpa por el pobre desempeño, rastrojeo unos pesos en el bolsillo para pagar el cariño recibido y su pase a la hombría.
- No te preocupí cabrito. Es normal que vayas cortina tan rápido en la primera.- dijo mientras liaba un pucho y volvía a toquetearlo sabiamente buscando despertar lo recién fenecido.- La primera te la regalo, ahora le tení que poner empeño.-
Así fue esa primera noche de amar y amar, mientras aprendía nuevos usos a su cuerpo y su sueldo desaparecía aprendiendo a morirse entre lágrimas y sudor.
Pronto se hizo asiduo, semana a semana, y algunas veces hasta tres veces a la semana, de ese olor a humo mezclado con humedad, del que se había vuelto un adicto. Pagaba contento lo que le pidieran, convencido que no pagaba nada para lo que recibía. Incluso cuando falleció su madre se fue a pasar las penas entre sus piernas, mientras se decía a sí mismo entre sollozos que no podía haber nada más rico y lo mucho que extrañaría a su vieja. Pasaron dos años en este ritmo desenfrenado sin fallar nunca, entre bromas de espera al casorio de la Mama Rosa que usufructuaba de este amor sincero y mientras nuevamente el otoño seguía al invierno y la primavera se hizo más larga que nunca.
Pero siempre llega el invierno, y este empezó cuando una tarde no encontró a la Inmaculada por ningún lado. Esperó pacientemente por si hubiera perdido el turno y estuviese con otro. Si hubiera sabido de la existencia de las horas y los minutos habría sabido de lo mucho que estuvo sentado en ese sitio antes que lo echaran porque era la hora de la dormir y había que descansar la mercadería. Salió perplejo por lo raro de todo esto y decidió volver esa misma noche, quizá mostraria un poco celoso para que a la Inmaculada le quedara claro, que al menos para él, esto no era algo solamente comercial. Cuando pasaron 4 noches sin saber de ella y por culpa de su timidez de santo, hizo el titánico esfuerzo de preguntarle a uno de los huachos por la Inmaculada.
- Se fue - dijo el niño ignorándolo perpetuamente, mientras nuestro héroe trataba de entender el misterio de lo revelado y buscando un asidero por este embate de la vida. Le hizo la guardia a Mama Rosa que había partido a visitar unos parientes por allá cerca de Yumbel. La esperó dos semanas de 7 a 11, antes y pasado el meridiano, mientras su única compañía eran los sístoles y diástoles que marcaban una canción macabra en su corazón. Esperó en la entrada, mientras preguntaba mecánicamente cada dos horas si se sabía de la Inmaculada o si Mama Rosa había avisado cuando llegaba.
Cuando al fin regresó de su viaje la Mama Rosa, lo hizo llena de cajas, verduras, un par de animalitos y una actitud de turista ausente por mucho tiempo, pero no la dejó ni siquiera instalarse para preguntarle si sabía de la Inmaculada.
- Pucha Cabro, no alcanzó a despedirse, renunció para volver donde su parentela allá en el sur. Parece que tenía a su Taita enfermo y con la plata que juntó con su merced, le alcanzaba para parar la casa un tiempo y poder dejar esta pega de alegrías ajenas.-
- ¿No sabe Ud. por donde sería eso?- le preguntó entre dientes mientras empezaba a adoptar ese modo de hablar que se hizo más enredado con las años y muy confuso hacia el final. Ante la enésima negativa de no conocer su paradero y finalmente siendo expulsado de este edén por el acoso, empezó a sentir como se llenaba su cabeza de una presión desconocida.
Se quedó un momento parado mirando la puerta del local tras la última negativa y empezó, de pronto, a correr. Corrió como alma que llevaba el diablo, como si huyendo de esa casa de placeres pudiera el dolor quedar encerrado ahí, junto a los suspiros y las sabanas húmedas.
Cuando finalmente cansado de correr se sentó contra una pared, lloró. Lloró entre gritos y mocos por su Taita desconocido que sólo había dejado cicatrices físicas en recuerdo, por su madre que no había dejado huella sino sólo timidez genética, lloró aún más por sí mismo y por esta soledad fruto de su racha de amor, pero por lo que más lloró fue por esa hija de mala madre que se había mandado a cambiar sin dejarle una seña de donde buscarla.
            Lagrimeó sentado en el mismo sitio por semanas hasta que perdió el trabajo y la casa. Siguió llorando hasta que se le acabaron las lágrimas, aunque igual continúo haciéndolo por mucho tiempo más solo en su mente. Y así fue como se encontró en otro plano, donde cambiarse de ropa o un baño eran las costumbres incomprensibles de seres terrenales y la realidad se definía por el clima y la temperatura. Su historia se hizo famosa sin detalles y sólo quedó esa aura de moraleja triste con la que se construyó su leyenda.

            Cuando con los años descubrí esta historia, y ya sin viajar en naves espaciales de madera, recorrí nuevamente las calles en su búsqueda, esperando encontrármelo en alguna esquina, ignorante de que la muerte ya se lo había llevado. Esperaba, al menos, encontrarme con su recuerdo mientras sus ojos de piedras grises estuvieran perdidos en el horizonte buscando incesantemente, sin recodar a que se refería exactamente, algo que alguna vez se llamó Inmaculada.

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