Había una vez un no-cuento.
Una no- historia. Sin moralejas o enseñanzas ni futuros felices ni menos imperecederos,
donde no existen los “y vivieron felices para siempre”. Los no- cuentos no se
escriben, se transcriben desde las situaciones donde se autoconstruyen sin
control de autores ni de hados de destino.
Uno los ve pasar simplemente y
agradece su paso, pero como todas las historias, son una sucesión de eventos
con cierto orden cronológico pero sin finales posibles por lo que el
transcribidor puede cortarlos donde quiera ya que siempre quedara inconcluso.
Es rudo estar frente a una
no-historia, uno no sabe mucho que hacer, y menos cuando uno no es gran cosa
para este tipo de historias (por llamarlos de alguna forma) y justamente es por
lo azaroso de esto es que solo apareció parado en la esquina mirando ávidamente
su reloj.
Miro su teléfono y sonrió
pensativo. Miraba a ratos los autos fijamente y rítmicamente como en un paso
pre ensayado miraba su reloj. Pronto se detuvo una enorme camioneta y él se subió
de prisa. La mujer que manejaba le sonrió con esas sonrisas que nacen desde el
corazón y a él se le iluminaron los ojos como un niño ante los regalos
navideños.
Un poco cauteloso, la beso tímidamente en los labios
y deseo que ese segundo durara para siempre supongo. Enfilaron rápidamente
hacia los sectores altos de la capital, desee que las no-historias fuesen
mágicas, me volviese invisible y me arrastraran con ellos.
Veo el vehículo perderse a lo lejos y deseo que su
historia de amor se siga nutriendo, deseo que se amen con locura y que en sus
años de ocaso se rían cómplices de sus locuras ya sin pasión, que hayan logrado
el perdón de los perdedores y heridos de su alegría y que gracias al otro,
ningún odie estar aquí. Pero como toda no- historia, una trama la hubiese hecho
más efectiva, una moraleja hubiese sido un testimonio de sabiduría y el conocer
a los personajes crearía a esos amigos que solo existen en las páginas y nos
hacen amarlo u odiarlos como a viejos conocidos a los que se vuelven de vez en
cuando. Pero claro, es una no-historia, no sabremos nada de lo anterior, solo
elucubraremos destinos, hechos y frases memorables. No veremos sus ojos
subrayados con las ojeras posteriores a una noche de pasión, no sabremos si se
besaron para despedirse o si él la vio partir llevándose parte de su alma.
Es el problema de las
no-historias, el problema de la vida que transcurre entre historias y
no-historias y de esta que he capturado para que no odies estar aquí.
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