domingo, 21 de julio de 2013

De Magdalenas y la Utopía

En una declaración simplista y pobre de mi adultez, cosa que aun el día de hoy dudo que haya llegado, cuando tenía 20 años me decidí ir a vivir solo. Mi primer departamento quedaba en Alameda con Mac-iver, un edificio antiguo donde conseguí un departamento con un ambiente con  un tamaño equivalente a los dos dormitorios de los actuales, de baños preciosos y amplios, no como los de ahora, donde podí ducharte, cagar y cepillarte los dientes al mismo tiempo. Pero no nos apartemos, hoy no hablare de mi primer sucucho donde me inicie seriamente en los misterios del amor, touch and go y varias borracheras de carácter bíblico. No, hoy recuerdo a la gente del mismo piso, en el que debían haber sido unos 10 departamentos por piso, los que estaban todos “ocupados” pero en estricto rigor solo vivía yo y unas adorables señoras que en más de una ocasión me regalaron una tacita de azúcar y algunos almuerzos para el pobre niño que vivía al frente y que cada día estaba más flaco me decían.
Todos los demás departamentos eran lupanares, casa de lenocinio y una que otra casa de putas. Empecé a sospechar de esto cuando me di cuenta de la gran cantidad de mujeres que transitaban en mi piso a toda hora, muchas tenían llave de un solo departamento y la no menor cantidad de señores que cada vez que me los encontraba en el pasillo, miraban el cielo o el suelo tomando actitudes que con los años copiaría para perfeccionar el arte de hacerme el huevón.
A la tercera vez que coincidí con una guapa muchacha en el ascensor (de la que ya sabía que se bajaba en mi piso) le hice algún comentario obvio del clima o algo por el estilo. Cuando vi que capte su atención, tire una talla fácil, robándole una sonrisa que era mi premio y certeza de que había roto el hielo.
Pero espere pacientemente un par de semanas, donde cada vez que la veía la saludaba, hasta que en alguna oportunidad pase a saludarla de beso en la mejilla, todo mi plan iba de maravillas (aunque confieso que a esa altura juraba de guata que eran agencias de promociones, y ella seria mi puerta de entrada a conocer montones de promotoras guapas, bien huevon, lo se) por lo que en uno de esos paseos, me la encontré con una amiga o compañera de trabajo y como venia de la botillería con la dosis de ese día, las invite a compartirla y conversarla en mi departamento.
Antes que su imaginación explote, yo aun pensaba que eran promotoras, y hasta ese momento mi flaca y desgarbada contextura no atraían a nadie y de mis pocos éxitos, el merito lo tenía mi manejo desde muy temprano de las palabras (puro y sin diluir cuenteo) y más de algún polvo gracias a un bendito destilado.
En fin, el alcohol empezó a correr por las copas, las risas se hicieron fáciles y en algún momento les pregunte si vivían ahí. – Claro, me dijo mi amiga, vivo con 8 amigas más.
Yo ya estaba con varias neuronas suspendidas por los grados alcohólicos y me fui en preguntarle por las dimensiones de ese gigantesco departamento, el que imaginaba enorme. Ellas reían a carcajadas y al rato (dentro de mi pocas reglas de vida está jamás comer prietas y no ser mucho rato huevon) me di cuenta que me palanqueaban. Somos damas de compañía me dijo finalmente.
Ah? – respondí perplejo (ok, ese día no mantuve mi regla de no ser huevon mucho rato) Que somos putas!! Me grito la otra acompañándolo con una carcajada enorme que me sonó mas a triste que a triunfal cuando advirtió que no había entendido la primera declaración.
“Acompaño  tipos por plata – Me explico pedagógica – cachaste ahora?”
MI mandibula parecía desencajada del asombro, pero al fin saliendo de mi huevonés, incluso disipándose los vapores del alcohol, y rebalsando de morbo, les dispare un millón de preguntas. Y les diré que eran gente re normal, no habían historias pornográficas para mayores de 35 (o al menos que las que habían eran bastantes más suaves que las que había en mi imaginación de hormonas en erupción) fue sorprendente darme cuenta que solo eran personas que iban a su pega, la hacían y después se iban a casa como cualquier hijo de vecino. Incluso mi decepción fue grande cuando me contaban de la enorme cantidad de gente que pagan una hora de su tiempo por que los abrazaran y simularan que los querían.
Me contaban que de vez en cuando llegaba alguno con su perversión elaborada, ávido de complacerla, y que se iban fustrados cuando la realidad era bastante más ínfima que la de su imaginación. Hablamos hasta alta horas de la madrugada, no hubo ni un lejano atisbo de insinuación, de hecho lo único desfachatado era su lenguaje coprolalico y de chuchada perfecta.
Pase ese año compartiendo habitualmente con ellas, sus tallas en el pasillo o sus gestos de fome o triunfo cuando veía saliendo a algún cliente que me miraba extrañado preguntándose porque cresta sonreía.
Con los años y gracias a malas interpretaciones de mi parte de la música de Sabina, las eleve a un carácter romántico, comenzando una fijación que duraría una vida, admirando (desde un punto de vista de lastima mezclada con fascinación) la profesión, maravillándome con las historias que escuche con los años y aceptando mi único rasgo de timidez o ego de jamás recurrir a ellas pagando el valor del cariño en oferta.

Desde ahí que me encantan las putas. Pero ojo, con esto no me refiero a las mujeres de vida fácil que algunos llaman así por vivir su sexualidad libremente y en un dejo de machismo draconiano. Hablo de esas profesionales que por una dadiva económica son tu mejor amiga, amante, y amor de tu vida por el tiempo acordado en su tarifa. El mercado de la soledad, da grandes dividendos, siempre que se mantengan dentro de un marco de respeto.

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